No quise hacerlo. Sí pude, pero no quise. El domingo por la noche volvió a Córdoba Raphael. Qué quieren que les diga. He visto varias películas suyas, he oído sus discos. Bueno, vale. Tengo varios discos suyos. Qué quieren que les diga. Sobre todo su primera época es digna de lo que realmente representa: es un divo. Porque él lo vale. Hay canciones de la época en la que le apodaban El Niño de Linares en las que, apoyadas en la dirección y arreglos de Waldo de los Ríos (otro genio) deberían ser prácticamente himnos. Es más, creo que lo son. Encubiertos, pero lo son. No gusta reconocerlo. Es más, desde hoy, después de escribir esto, asumo mi papel de friki marginal por esa debilidad.

No quise hacerlo. Sí pude, pero no quise. Así que no fui a verlo. Entre otras cosas porque me iba a desilusionar. El divo sigue siendo eso, un divo. Pero admito que no es el que era. Reconozco que el paso del tiempo hace mella y no quería desilusionarme. Mejor quedarse con su actuación en El show de Ed Sullivan o sus intervenciones en Eurovisión cuando no se había convertido en Chiquilicuatrevisión (que no fue este año, sino hace décadas).

Al día siguiente, sin embargo, quise y pude escuchar la rueda de prensa de Emilio Vega. Y no sé por qué, pero me vino a la mente el divo de Linares, que aunque no cante, sus fieles van por el espectáculo que da. No canto como antes (ni mucho menos), pero aquí estoy. Cosas de un artista con mayúsculas. El de León, intentando algo parecido. No digo nada de lo que interesa, pero aquí estoy. Porque yo lo valgo. Pero no. Y créanme que me gustaría. Así podría emular al único hombre en la historia que trascendía y podía estar en dos sitios a la vez cuando cantaba Yo soy aquel. ¡Cómo le serviría para desarrollar su trabajo!