Todos los que hemos estado o estamos en cualquier tipo de asociación, sobre todo en esas en las que principalmente el presidente puede verse retratado en la prensa, no habremos podido evitar el toparnos con un espécimen peculiar y habitual cuya característica fundamental nada más verlo es su sonrisa antropófaga y postiza, una mirada depredadora y cetrina, y una diestra dispuesta a darte un apretón de manos tan irreverente y ávido como la micción de un can en la pernera. Por supuesto, si el saludo va dirigido a una dama será en la modalidad de dos besos respectivos en las mejillas con marchamo húmedo y ademán machista-dominante. Me imagino que ya se habrá percatado usted de quién estoy hablando, se trata del trepa auténtico, de ese cuya misión alevosa y premeditada es llegar a adueñarse del máximo sillón de una organización, para una vez allí aposentado convertirlo en el sitial de su egolatría y sus tripas. El caso es que este individuo llega a la escena asociativa y excepto a unos cuantos avisados a todos empieza a caer bien, pues es un tipo de trato gracioso y en principio empático con cierto barniz de iluminado, que a todo el mundo sabe encontrarle su punto g de gili , mientras reparte abrazos de tensión paternal tras los que se esconde un meticuloso peritaje de las medidas exactas de nuestros ataúdes, sobre todo si estamos usted o yo en medio del camino hacia la presidencia. Aun así, entre risas, galanterías, muestras de falso samaritanismo y oratoria parlera pero huera, y sin mediar ningún requisito ni de mérito ni de sangre, llega a apoderarse del sillón presidencial. Desde ese instante el refranero se hace voz que clama en el desierto: "si quieres saber quién es Juanillo, dale un carguillo". Y a partir de aquí echarlo es casi imposible, "a no ser, amigo Sancho, que tope con la Iglesia". Si no, ahí están las hemerotecas para corroborarlo.

* Publicista