La democracia se rige por postulados coherentes, dentro de la diversidad que exigen los planteamientos ideológicos proyectados a la sociedad de la que se nutre.

El panorama político español es, en la actualidad, una especie de transformación insospechada de lo que debe ser un normal funcionamiento democrático, avalado por la soberanía popular, representada en los escaños del Congreso de los Diputados.

Recientemente, se ha oído decir a votantes del Partido Popular que éste "les devuelva su voto" porque sus expectativas de gobierno no coinciden en la forma, ni en el fondo, ni en el tiempo con lo que pensaban los confiados en el partido conservador el día 12 del pasado mes de marzo; es decir, se ha producido un quebrantamiento de la esperanza colectiva en el PP, y, consecuentemente, un déficit de seguridad que el propio votante tiene de sí mismo, respecto a las cualidades ideológicas ofertadas por el Partido Popular a su electorado más fiel y devoto. Son dos circunstancias negativas, propulsoras de desconfianza, las que han confluido en el escenario de futuro de esta incipiente legislatura y que afectará, sin duda, a su democrático desarrollo.

Que una organización política pierda un millón de votos como consecuencia de un conflicto, dimanante de la pérdida de unas elecciones, y que afecte a su línea de flotación ideológica, es una sinrazón que, aunque dentro del ámbito democrático, demuestra una fragilidad en las actitudes y una inconsistencia en las conductas que siempre demostró, históricamente, la derecha civilizada española; máxime cuando existen comportamientos mediáticos, afines y a la vez exógenos, provocadores de la discusión, el descontento y el desaliento entre la gran masa de votantes del Partido Popular. ¿O es que Mariano Rajoy era el mejor de los presidentes de gobierno posibles, antes de las elecciones, y, tras perderlas, se ha convertido en el peor, en el más denostado y el más vilipendiado de los concebibles?

Las continuas situaciones de inestabilidad del primer partido de la oposición desazonan el trabajo controlador del gobierno con lo que se produce, de facto, una carencia fundamental para la transparencia y nitidez democráticas. Así que, en cuanto a la oposición estrictamente política, no está claro cómo, con qué, cuándo y por qué se opone a la acción gubernamental, toda vez que el tiempo político para ejercer esa labor opositora está previamente gastado en otros menesteres ajenos a lo que se les exige, tanto por sus votantes como por la necesaria higiene democrática.

Lo que está sucediendo en el ruedo político sin ser terrible ni dramático, pero sí muy grave, es que se ha propiciado una virtual mayoría absoluta, por falta de oposición seria y responsable, de la cual se beneficia el Partido Socialista, que está muy lejos de lo expresado en las urnas en las pasadas elecciones generales. Ese millón de votos estadísticamente perdidos por el PP es el resultado de sus inadecuadas conductas, de sus anormalidades organizativas y de sus perplejidades incontroladas ante la opinión pública --y publicada-- con la consiguiente perturbación y desarticulación de un cuerpo social que, ahora mismo, se siente: algunos engañados, más los confundidos y la mayoría despistados.

Quizás todo se explique viendo aquél dedo índice de Aznar señalándolo: Tú, Mariano, serás mi sucesor a título de César visionario --como diría Umbral -- ; posiblemente, sin pensar que los Idus de Marzo cabalgaban, inexorablemente, contra ese gesto espontáneo, o mal meditado, embrión palpable de la actual desorientación que embarga sus entrañas políticas.

En el próximo congreso de los populares, entre el entusiasmo, la resistencia o la repulsa, habrá un tiempo para la cordura: el que marcará la diferencia entre la dedocracia ancestral y la democracia congresual que siempre debió existir. Más le valdrá al PP que sea tarde, mejor que nunca...

* Gerente de empresa