Mi lotero es mi visitante semanal desde hace años. Me trae a domicilio el décimo del número que suscribió mi bisabuelo. Cuando fui estudiante, y estaba sin un duro, mantener esta suscripción me costó tanto como la de la Revista de Derecho Privado que inició mi padre; la colección está en la biblioteca del Colegio de Abogados. La revista me ha proporcionado en mi vida profesional múltiples servicios; el número suscrito solo muy pocos reintegros.

En términos económicos, la visita del lotero no es rentable para él ni para mí, pero nos proporciona agradables y breves entrevistas. Normalmente ponemos a trabajar la memoria recordando datos de las pasadas épocas gloriosas del Córdoba Club de Fútbol. De su presente hablamos con resignación, siempre en el último minuto.

Pues bien, mi lotero me hizo una petición, a raíz de mi artículo sobre una compleja conferencia de tema científico: que escriba un artículo para cuya lectura no haga falta echar mano de la enciclopedia. Para satisfacer esa petición escribo estas líneas.

Los medios de difusión nos han ido dando noticia de las progresivas limitaciones impuestas a la tradicional caza del zorro en Inglaterra. En España grupos muy activos de ecologistas agresivos --no opinan, actúan-- han defendido con ardor al zorro y condenado su caza con tanta saña que han llegado a presentarse en el terreno acotado para una competición, con pancartas que habría firmado el mismo San Francisco de Asís y con cencerros dignos de los mejores bueyes; para alertar a los zorros y ahuyentarlos de los cazadores competidores. Por supuesto no atendieron a las razones de las autoridades y de los organizadores, que explicaron a oídos muy sordos que los cupos de caza previstos habían sido fijados en función del equilibro de las especies. Que no, que no, que no se debe eliminar ni un pobrecito zorro.

Los que conocemos bien el campo, conocemos bien al zorro, que es muy bonito y listo, pero que es una de las peores alimañas que, a cambio de no dar nada, destruye muchos bienes, especialmente gallinas, perdices, conejos y, donde los hay, crías de corzos, corcinos.

Rectifico, el zorro sí da algo: millones de pulgas y, si viene al caso, puede transmitir la rabia y otras enfermedades peligrosas para el hombre.

Pero, ¿no da también la piel? Pues no; la daba. Ahora como los ecologistas agresivos atacan a los inofensivos abrigos de pieles --olvidando que así fueron siempre los de nuestros antepasados--, estas prendas han caído en desuso y nadie da un euro por una piel de zorro, por lo que dichas pieles han pasado de ser buscadas y bien pagadas a quedar como despojos en el campo.

Me gustaría que los defensores de la intangibilidad de sus vidas se acercasen a conocer hasta qué punto son prolíficos los zorros y cuantos bellos y útiles animales --para la caza y para la buena mesa-- engullen cada día. Aparte de que su sobreabundancia ocasiona otros males colaterales, como el de silenciar a las perdices camperas, cuyos variados cantos --se conocen dieciséis-- que eran la alegría sonora de muchos días, apenas se prodigan desde hace algún tiempo.

Por lo tanto, defendemos la existencia del zorro, como la de casi todo ser vivo, pero defendemos aun más toda actividad, si satisfactoria mejor, que ayude a su control.

Y tratemos ahora de las zorras: ya no son lo que eran. Quieren tener sindicatos y ejercer su actividad sin tanta cortapisa. La verdad que hacer la calle es penoso. Y verlas enseñar los muslos, con la carne de gallina por el frío, al borde de una carretera o en el límite de un parque da grima. Mucho mejor vivirá, supongo, la dueña del torso ejemplar que entre los anuncios por palabras se ofrece a los calentones: soy toda tuya.

Sinceramente: no tengo nada contra las zorras, aunque no practique su caza. Sí experimento mucha repugnancia por las zorras con forma de hombre, género que han elevado a los altares algunas cadenas de televisión basura, no obstante el respeto que me merecen los homosexuales.

Y es que las zorras con formas de hombre se atreven a bajarse los pantalones ante las cámaras.

* Abogado y escritor www.rafaelmirjordano.com