Al final las decisiones no son demasiado complejas: avanzar o retroceder. Toda elección humana tiene un coste de oportunidad. En muchas ocasiones resulta determinante qué perdemos cuando elegimos. Corremos un riesgo cierto de perder el futuro. He sostenido ya en varias ocasiones que no podemos caer en el error de la simplificación. El riesgo del blanco o negro, del maniqueísmo básico, es causa de fallos fundamentales. No obstante, como toda regla alberga excepciones, propongo un ejercicio comparativo. Hay una verdad intelectiva que analiza propuestas, programas y resultados de las fuerzas que se baten (sí, estoy hablando de política) y hay otra verdad intuitiva. Esto ahora se llama inteligencia emocional. Bien, probablemente pueda colegirse que no ando sobrado de lo primero pero la carga emocional que me está produciendo la atrocidad populista a la que asistimos desde la diestra y vociferante pandilla agoreracatastrofista del "todo va mal", que ya les vale, está insultando a mi limitado contenido neuronal.

Con una desfachatez rayana en el esperpento, plantean una cuestión lacerante: el contrato del inmigrante. Como si firmar un contrato fuera garantía de su cumplimiento en algún planeta... Cumplir la ley es lo estrictamente necesario en este punto pero sí es cierto que el tema persigue la agitación del espectro fantasmagórico del extraño chungo. Nos asustan con la ingente masa humana que tomará nuestras calles --más de unos que de otros (que todo hay que decirlo)--, y se relajan en esa dimensión tenebrosa que propicia esta propuesta. A la reducción popular del "moro malo" y "negro peor", pretendida verdad intuitiva, contrapongo el rigor de un dato objetivo: entran menos inmigrantes en situación irregular, salen más inmigrantes en situación irregular. Esa es la verdad de la política migratoria: el resto, milongas. Y son milongas conocidas por sufridas: setecientos mil trabajadores trabajaban sin contar, ni declarar, ni figurar. Entraban desde 1996 como por un coladero y resultaban baratos a ciertos desaprensivos que amontonaban ladrillos o aceitunas con jirones de pieles de otro color. Ahora, si entran en situación irregular, se les repatria como seres humanos porque no son mercancía. Antes, estaban aquí y solo eran mercancía. Hay momentos trascendentes, históricos, verdaderos puntos de inflexión. Efectivamente España peligra: o nos quedamos en el siglo XXI con dignidad o retrocedemos al Paleolítico previo.

* Asesor jurídico