Las personas aparentemente sanas, pero que muestran un elevado nivel de pesimismo, corren un riesgo más alto de desarrollar alguna forma de demencia.

No me sorprende esa conclusión que, por cierto, se desprende de un estudio de expertos neuropsiquiatras de la Clínica Mayo, en Estados Unidos. El riesgo es un 30 por ciento más alto que entre personas menos pesimistas, y también se da en la misma proporción entre quienes tienen puntuación alta en un examen sobre depresión. Y se eleva hasta un 40 por ciento entre quienes son a la vez pesimistas y depresivos. El estudio sugiere una relación proporcional, o sea que cuanto más alta es la puntuación obtenida en la prueba de pesimismo mayor es el riesgo de sufrir demencia.

La demencia es producto de un trastorno degenerativo del sistema nervioso que afecta diversas capacidades como pensar, hablar, razonar, recordar y moverse; el Alzheimer y los accidentes vasculares son sus formas más comunes. Aunque es frecuente observar cambios de personalidad como el pesimismo o la depresión en las personas que ya han desarrollado demencia, los investigadores de la Clínica Mayo creen que el pesimismo y la depresión son en realidad factores de riesgo y no sólo síntomas de la enfermedad. O sea que son causas y no consecuencias de la demencia.

Los psiquiatras están preocupados con esta información porque en manos de las personas tristes y pesimistas puede tener un efecto hipocondríaco. Bueno, soy pesimista así que desarrollaré demencia en 20 ó 30 años. Es lo que se conoce como síndrome del cumplimiento de la profecía. Los investigadores no recomiendan ningún tratamiento específico, aunque nunca está de más promover la salud y minimizar o como mucho considerar en su justa medida la importancia de los problemas y las enfermedades.

La personalidad no está marcada a hierro en nuestro cerebro, sino que es más bien un estilo de vida, en gran medida modificable. Una persona pesimista puede aprender a ser alegre, confiada y optimista; para ello sólo necesita asimilar las destrezas y conductas que le hagan reconocer hechos negativos puntuales en un contexto más amplio, es decir que tome en cuenta todo, tanto lo negativo como lo positivo y lo neutral, en lugar de ignorar o despreciar lo positivo y lo neutral y aumentar lo negativo. Por ejemplo, en lugar de andar repitiendo constantemente "La vida es un valle de lágrimas", es preferible el estribillo de "La vida es maravillosa" o por lo menos este otro, que es mi preferido: "La vida es una tómbola".

Lo mismo que hay individuos pesimistas, también existen sociedades pesimistas, y enfermas hasta el extremo de la demencia. El pesimismo puede extenderse por la sociedad con la misma pauta de contagio que una gripe. Están los portadores del virus de la tristeza: los tristes, los pesimistas, los cenizos. Y están las vías de contagio: una simple conversación en la intimidad, una llamada de teléfono, una información relativamente mala presentada con mala leche a toda página, o toda una campaña política dirigida a entristecer, desmoralizar y deprimir a los votantes potenciales del adversario.

Estamos en plena precampaña, a las puertas de una campaña electoral que se presenta afilada y llena de aristas. Así que no nos vendría mal el consejo de un buen equipo de neuropsiquiatras y psicólogos conductistas. Cuidado, corremos el riesgo de volvernos locos si nos dejamos embaucar por ciertos líderes tristes y pesimistas. Un poquito de alegría.

* Profesor