Dije en mi último "Pulso a la vida" que nos faltaba un poco más de respeto y de sentido común. Que existen adversarios, pero que no debe haber enemigos. Que una cosa es defender las propias ideas y otra cosa demonizar sin misericordias y sin contemplación al que no piensa como nosotros. Por desgracia, esa llamada a la sensatez y a la cordura --entre los políticos-- brilla por su ausencia. Contra los obispos se han dicho cosas que nunca se habían dicho. Se les ha llamado "pandilla de necios", "rancios y carcas". Más aún: se ha pedido que desaparezca "eso que llaman Conferencia Episcopal". Nunca, en nuestra democracia, se habían lanzado tantas diatribas contra la jerarquía de la Iglesia, nunca ni tan gordas diatribas. Contra el presidente del Gobierno lo más suave que se ha dicho es "que es un embustero". En el manifiesto de artistas e intelectuales a los dirigentes del PP se les ha llamado "pandilla de imbéciles". En fin, un rosario increíble de improperios y descalificaciones, de unos contra otros, de todos contra todos. A todas esas actitudes yo las califico con un solo nombre: mal estilo y pésima educación. En Italia, en la última sesion del Parlamento, con la caída de Romano Prodi , sus señorías acabaron a puñetazos y escupitajos. Nada más y nada menos que a escupitajos. Y esos son los padres de la patria. Si ese es el ejemplo que nos dan nuestros ilustres representantes y líderes políticos, lo mejor sería salirse del mapa, irse a vivir a una isla desierta como Robinson Crusoe y vivir en paz y compañía de unos cuantos animales. Porque el espectáculo que nos están ofreciendo es de auténtica vergüeza.

Nuestros obispos podrán estar o no de acuerdo con algunos puntos concretos de un programa político. Podremos disentir de sus notas y de sus homilías, pero no hay derecho a llamarles necios. Primero, porque no lo son. Y segundo, porque eso es un insulto incalificable. Y los políticos estarán, o no estarán equivocados, pero no son imbéciles. Cuando uno oye, o ve por televisión, tanta basura dan ganas de apagar la radio y la televisión, de cerrar el periódico y mandarlos a todos a donde por respeto me callo, pero que los lectores imaginan.

Estamos ya en plena campaña electoral, aunque no haya empezado oficialmente. Todos sabemos que toda campaña es una auténtica lata, algo insoportable. Los mítines son para los "devotos". A la mayoría nos importa tres pimientos. La de este año se caracteriza por las promesas. Aquí hay un pujilato para ver quién da más. Que si cuatrocientos euros, que si quinientos millones de árboles, que si dos millones de empleos nuevos y cientos y cientos de miles de pisos baratos. Total: el país de las mil maravillas. Luego viene el tío Paco con las rebajas y vemos el coste de la vida, el euríbor, la hipoteca, la crisis del campo, el aumento del paro y un montón de problemas. Cada vez los bolsillos más vacíos. Lo demás son palabras que se lleva el viento. Pero palabras que hieren.

¡Por favor!, menos palabras ofensivas, menos promesas que no se cumplen, y un poco más de educación y de mejores estilos. Ya va siendo hora de un gran pacto nacional entre todos. Ya va siendo hora de que se conozcan con interés las razones del adversario. Que algo bueno debe tener. Ya va siendo hora de que se deje en paz a los obispos y a la Iglesia, que es la única que no responde a los insultos. Como ha dicho Pujol , "esto recuerda el 36." ¡Dios quiera que no vuelva jamás! Dios quiera que se imponga el talante y el consenso. De lo contrario, vamos al abismo. Y una palabra final. Para ofender es mejor callar la boca. Todas las bocas.

* Sacerdote