Las palabras pueden sufrir una gran erosión debida a la rutina.

No hace mucho tiempo provoqué involuntariamente una agria polémica en una revista de Madrid por calificar de patética la actitud de ciertos jóvenes monteros.

Y, sin embargo, patético, como define el diccionario de la RAE, significa Que es capaz de agitar y mover el ánimo infundiendo efectos vehementes y con particularidad dolor, tristeza o melancolía . Nada despectivo ni injurioso, como se puede ver. Pero, en el día a día, los vocablos van sesgando la intención con que se usan llegando a tomar significados bien distintos del primigenio.

Por ejemplo: la discreción es una virtud muy estimable, pero si decimos que el conferenciante estuvo discreto estamos descalificándolo de hoy y coz.

El desprecio por la corrección en el decir es frecuente. No hace mucho (ignoro si sigue el desaguisado) oía todas las mañanas mientras me afeitaba cómo en un anuncio radiofónico se hablaba de pasta dentrífica . Y eso un día y otro sin que nadie se molestase en corregir la cuña publicitaria. Ni el anunciante, ni la agencia, ni la emisora, ni --por supuesto-- el locutor. Todos felices.

Con el lapsus lingue hay que ser más tolerantes que con el lapsus calami , porque en discursos o en declaraciones en directo las palabras salen al aire sin posibilidad alguna de recuperación. Hace pocos días, hablando de las expropiaciones para el aeropuerto, oí afirmar a nuestra alcaldesa, embalada ella, que había que estudiar mucho el asunto porque cada caso era diferente y distinto ya que no había dos iguales . Sí, señora, eso es machacar. Y si alguien no ha entendido bien se le aclara la cosa y todos contentos.

Las palabras tienen doble filo. Conocidísima y divertida es la anécdota de Camilo José Cela cuando, senador por designación real, se aburría profundamente en las sesiones de la cámara. Un compañero de escaño le llamó la atención:

-Señor Cela, está usted dormido.

A lo que don Camilo contestó:

-Se equivoca su Señoría. Estoy durmiendo.

Y ante el asombro del otro por la diferencia, aclaró:

-Es que no es igual estar jodido que estar jodiendo.

Son matices.

Hay quien sí se preocupa obsesivamente por no meter la pata. Tanto que muchísima gente, sobre todo los políticos en ejercicio en sus solemnes alocuciones, suprimen la preposición "de", en frases en la que es absolutamente necesaria, por el miedo pánico que tienen al "dequeísmo". Entonces, van y se inventan el "queísmo".

Los arrebatos poéticos también pueden llevarnos a soltar hermosas y bien rimadas tonterías. Como fue el caso del popular poeta romántico Bernardo López García que comenzó su Oda al Dos de Mayo con este verso: Oigo patria tu aflicción... Lo cual, indudablemente, ya es tener el oído fino. Esto dio lugar a un cierto cachondeo y Ricardo de Montis , en sus Notas Cordobesas , recoge un epigrama anónimo de la época que dice: Que se oiga crecer la grama/ Ya resulta una camama,/ Frase propia de un guasón./ Pues el gran López García/ Ha oído ¡quién lo creería!/ De la Patria la aflicción . Según cuenta Montis, esta guasa sobre los imposibles sonidos producidos por la aflicción le sentó al poeta jiennense como un tiro.

Son cosas de nuestro rico lenguaje que divierte señalar. Tanto divierte que, en cuanto acabes de leer este texto, lo vas a repasar a ver si he cometido algún desliz.

* Pintor y escritor