Eubolia: "Virtud que ayuda a hablar convenientemente, y es una de las que pertenecen a la prudencia", virtud ésta, a su vez, suprema en el arte de gobernar a los pueblos y de obligado cumplimiento para los que aspiran a convertirse en sus máximos ejecutores.

Pues, efectivamente, pese a la alta autoridad del Diccionario de la Lengua , el bello y eufónico vocablo eubolia vio restringido, a comienzos del siglo XX, su ya reducido empleo al ejercicio por parte de los políticos de las promesas más rosáceas y las palabras más edulcoradas en mítines, discursos y, cuando ello se estilaba en la vida pública, trato con electores y ciudadanos en general. La no menos elevada autoridad en todo lo concerniente a las relaciones entre lenguaje y política, la de la pluma del más ático prosista de la centuria anterior, Azorín , discurrió con primor y penetración sobre la eubolia como instrumento el más poderoso para captarse el hombre público voluntades y simpatías.

Aunque desmañada, la glosa del texto del escritor alicantino no carecería de interés. Pero en la ocasión presente quisiéramos que el volandero comentario transitara por otro paisaje. Con criterio acertado sin duda, son muchas las personas que, en el quehacer diario, hacen uso constante de la eubolia en su acepción más universal en sus relaciones sociales. Tales hombres y mujeres suelen gozar del aprecio más ahincado de amigos y conocidos, encantados de sus amables y esperanzadas respuestas a toda suerte de peticiones y favores. No pocos de estos mercaderes de sueños y anhelos de la vida cotidiana agotan el espejuelo de bienes y venturas en la mera expresión verbal o desiderativa, sin afanarse luego en materializarlos a través del esfuerzo y los mil trabajos que a menudo acompañan a la realización de cualquier logro o empeño.

Pese a ello, el común de las gentes muestra mayor estima hacia dichos individuos que a los recatados y sobrios a la hora de asegurar formalmente triunfos o resultados positivos a los reclamantes de gestiones y solicitudes. Bien mirado el tema, sin embargo, son los últimos los que, con su honesta actitud, avalan y acreditan, paradójicamente, el comportamiento de los primeros. Sin su limpio ejemplo, éstos caerían, a la larga, en el descrédito ante la ausencia de promesas veraces y votos cumplidos.

Siendo el de la política el escenario efímero por antonomasia, en el que los programas se formulan de sólito a corto o muy corto plazo y en el que, finalmente, las responsabilidades se esfuman con rapidez, es lógico que, como afirmaba el autor de Las confesiones de un pequeño filósofo , la eubolia sea un instrumento insustituible para los integrantes de la hodierno denominada "clase política". Durante año y medio, de octubre del 2006 a marzo o abril del 2007 --de acuerdo, claro, con un calendario "normal" de sufragios y comicios--. España vivirá en "tiempos de elecciones"... Quizá el hombre de la calle haría bien en mostrarse, a las veces, solo a las veces, en distinguir en los discursos y manifiestos de los candidatos la eubolia de la realidad.

* Catedrático