La Córdoba califal casi con un millón de habitantes debía tener similares problemas a los que hoy puede padecer una gran ciudad del siglo XXI, por ello el gobierno de la ciudad instituyó los llamados shurta , encargados municipales de mantener el orden público. Tal institución tenía bajo sus órdenes el cuerpo de los derrab , entre cuyos muchas funciones estaba la de "mantener la prevención y el auxilio de la población". Este cuerpo capitular constituyó el origen de los sayones medievales, que a su vez fueron el antecedente de los agentes municipales que conformarían las Milicias Urbanas durante el reinado de Isabel II, especialmente cuando se promulgó la ley de Mendizábal hacia el 1836. A estos agentes municipales se les conocía por su atuendo de vestir: una amplia casaca con las mangas verdes, de ahí el dicho de "a buenas horas mangas verdes", pues con frecuencia llegaban tarde a los altercados y disputas callejeras. En 1924, bajo el régimen del General Primo de Rivera , se les dota de una porra como defensa e intimidación, en lugar de las armas cortas y cortantes que portaban. De tal manera que los derrab se convirtieron en los "guardias de la porra", que ya habían olvidado la función para la que fueron creados: "para prevención y auxilio de la ciudadanía".
Digo todo esto porque nadie deben olvidar que los "guardias municipales" de continuar manteniendo hoy día esa antigua función de salvaguardar y ayudar a sus conciudadanos. Y, por otro lado, los que estamos rondando las cinco décadas, nos acordamos de lo que significaba esa frase que nuestros oídos juveniles aprendieron a fuerza de escucharla: ¡Qué vienen los municipales! Frase que se escuchaba en cuanto asomaba un guardia por la esquina de alguna plaza o calle, y allí unos cuantos chavales solo jugaban a la pelota, pues entonces distraíamos el tiempo a ser conatos de Di Estefano o de Kubala o en las aceras construir grandes batallas con las tapas de refrescos o cervezas. Esta semana pasada volví a recordar la frasecita, y fue sentado en una terraza de la plaza de la Magdalena: escuché decir a un jubilado con una expresión de turbación en su rostro: "que vienen los municipales" y en ese momento, como disparados por un resorte, varios de la mesa de al lado se levantaron y salieron al trote corto hacia los coches, que estaban aparcados en un lateral de la plaza. Yo, que lo tenía en la misma puerta del antiguo cine de la Magdalena, dudé en levantarme. Era todo un espectáculo: los agentes pertrechados con libreta y bolígrafo disparaban multas a diestro y siniestro, y a los pocos segundos llegó la máquina infernal, la grúa. Fue entonces cuando me levanté por si acaso. Nunca se está seguro si uno está bien aparcado o no. Cuando salía como alma que la lleva el diablo, me fui pensando que estos municipales tenían ahora otra preocupación y que posiblemente aquellos derrab la tendrían con los caballos y carros mal estacionados. No será la última vez que escuche la frasecita de marras, pues nuestras calles no fueron creadas para tales máquinas de cuatro ruedas, y nuestros derrab andan libreta en mano. Así son las cosas y así nuestros municipales.
* Profesor