En este mundo grande pero pequeño, la necesidad de un órgano en el que los países dialoguen está clara. Ese órgano es hoy por hoy Naciones Unidas. Los españoles celebramos este año que hace ya medio siglo que pertenecemos a esta organización internacional, necesaria gracias a sus virtudes y pese a sus defectos. Este aniversario apenas ha trascendido en los medios de comunicación. Es por ello que escribo estas líneas.

España entró en Naciones Unidas el 14 de diciembre de 1955 junto a una quincena de países como Portugal, Irlanda, Finlandia, Jordania o Laos. Este ingreso, que supuso el retorno de España al multilateralismo tras abandonar la ya extinta Sociedad de Naciones en 1939, fue el inicio de la paulatina inserción del país en la comunidad internacional. Uno de los españoles más universales, Salvador de Madariaga, percibió con clarividencia entonces que "el mundo ha alcanzado tal grado de interdependencia (...) que la cooperación internacional se ha hecho esencial". Cincuenta años más tarde, esta cita sigue siendo válida en un mundo globalizado, pese a profundas transformaciones en el orden internacional y en nuestro propio país.

En este periodo, España ha salido progresivamente de un relativo aislamiento para integrarse en los grandes esquemas de cooperación del entorno, como son la Alianza Atlántica y la Unión Europea. Dejamos de ser un país en desarrollo, receptor de ayuda y emisor de emigrantes para, invirtiendo los términos, constituirnos en el octavo contribuyente a los presupuestos de la ONU y uno de los más importantes donantes en materia de cooperación al desarrollo.

Además, España también ha adquirido un papel activo en la promoción de la concertación internacional. Sus iniciativas para constituir una comunidad iberoamericana de naciones, para impulsar procesos de cooperación en el ámbito mediterráneo y para acercar a distintas culturas han generado procesos que prosiguen su curso de consolidación, como son el Proceso de Barcelona, la Conferencia Iberoamericana, recientemente admitida como observadora en las Naciones Unidas a propuesta española, o la Alianza de Civilizaciones, iniciativa del presidente del Gobierno que el secretario general de la ONU hizo suya este mismo año.

La participación de España en las Naciones Unidas ha supuesto también un compromiso directo en resolver los desafíos de la comunidad internacional. Nuestro papel en la pasada cumbre de jefes de Estado y de Gobierno celebrada en Nueva York en septiembre de este año fue destacado en todos los discursos allí planteados.

Esta cumbre supuso, ante todo, la recuperación en la agenda internacional de cuestiones prioritarias que habían quedado relegadas a un segundo plano tras los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001. El desarrollo como objetivo en sí mismo, el respeto a los derechos humanos, la protección del medio ambiente y la lucha contra el sida recuperaron así su nivel de importancia entre las cuestiones que afectan a nuestra seguridad.

El Consejo de Seguridad, representativo del mapa geopolítico tras la segunda guerra mundial, es uno de los principales órganos de la ONU. España quiere un consejo más representativo, democrático, eficaz y transparente. Su reforma precisa de un consenso lo más amplio posible, obtenido a través de un diálogo transparente e inclusivo entre todos los miembros de la Asamblea General, sin apresuramientos ni plazos artificiales. Mantenemos un espíritu abierto al diálogo pero nuestro convencimiento es incrementar exclusivamente el número de miembros no permanentes del Consejo de Seguridad y mejorar los métodos de trabajo de este órgano, incluido el derecho de veto de sus miembros permanentes.

España acogerá en enero una reunión ministerial del Grupo de Amigos de la Reforma de las Naciones Unidas, foro informal de 15 países de todas las regiones del mundo que pretende impulsar la reforma.

Hay un gran escritor vivo que dijo que debería tirar sus novelas al mar porque la realidad las estaba volviendo inútiles. En este 2005 de aniversarios para España y la ONU, que ha cumplido 60 años, se confirma que la existencia de la organización es más necesaria que nunca. España seguirá contribuyendo para que, desde los principios de la Carta de las Naciones Unidas de 1955, ésta se actualice y funcione, pero al mismo tiempo esté guarecida en el puerto de las olas que rompen contra sus cimientos.