Como nuestro acervo cultural es tan rico y abundante, existen algunos hitos históricos que por haber perdido vigencia y quedar en desuso, han caído en el olvido y no se valora su trascendencia. Uno de estos logros hispanos, que nadie rememora, fue el establecimiento en España en 1518 (por Cédula Real de 28 de agosto por orden de la reina doña Juana y su hijo Carlos I) del correo de postas reglado. En realidad las postas habían comenzado a funcionar en nuestro país en tiempos de los Reyes Católicos, coetáneo a los instituidos por Luis XI en Francia, siendo ambos pioneros en este tipo de organización en la Europa del siglo XV y, por ello, en el mundo (en Inglaterra se instituyó a partir de 1660, y de 1688 en Alemania). La puesta en marcha de la citada Cédula Real propició el desarrollo de una serie de rutas postales, con las consiguientes apariciones de casas de postas, dotadas del personal y equipamiento correspondientes, las cuales siempre fueron protegidas por el Gobierno real y que se extendieron rápidamente por la geografía peninsular para conectar la mayoría de las ciudades del reino.

Cada casa de postas, según el reglamento general expedido por Felipe V, estaba gobernada por un maestro de postas encargado y obligado a servir los caballos de refresco necesarios para el normal funcionamiento de los correos y diligencias que transitaban cotidianamente por aquella casa. El correo real y/o urgente lo hacía habitualmente un jinete que cambiaba de caballo en cada posta de la ruta; por su parte, la diligencia, enganchada normalmente con cuatro caballos (en el siglo XIX se utilizaban preferentemente mulas), transportaba, además del correo, a los viajeros que se desplazaban por este medio. El coste del cambio de caballos, así como el precio del viaje o transporte y el pago a portillones y peones de diligencias estaban preestablecidos por Orden Real según la distancia, en leguas, entre las casas postales.

El mapa de postas de España estaba diseñado mediante casas que distaban jornadas de 3 a 5 leguas, estableciéndose estas postas en rutas que conectaban Madrid con las principales ciudades periféricas y otras de travesías de menor recorrido que comunicaban con las rutas principales. Ni que decir tiene que Córdoba, por su situación estratégica, era cruce de caminos del Sur, pues además del tránsito obligado desde la capital hacia Sevilla y Cádiz, establecía conexiones regulares con Málaga, Jaén y Granada. Una legua, la mayor medida itineraria, se computaba por una hora de camino a "paso llano" (a caballo se entiende), y también se contabilizaba por 7.600 varas castellanas: la vara estaba compuesta por tres pies (juntos), que Alfonso XI hizo guardar su marco o padrón en el Archivo de la ciudad de Burgos para que todo el reino se ajustase a esta medida.

Pues bien, con este diseño Córdoba distaba de Sevilla 25 leguas y entre ellas existían 5 postas; de Málaga, 23 leguas en 6 postas; de Granada, 23 leguas en 5 postas, y 15 leguas en 5 postas de Jaén; desde Madrid, por el Camino Real de Castilla (la ruta pasaba por Toledo y Ciudad Real y se accedía a Córdoba desde Venta del Puerto y Adamuz) se hacían 16 postas en las 61 leguas de distancia. No puedo precisar la localización exacta de la Casa de Postas de Córdoba, seguramente ésta se localizaría en la Posada del Potro, pues en la Plaza del Potro también eran habituales las transacciones equinas; o podría estar ubicada en algún paraje del "Campo de la Verdad" por el hecho de permitir mejor a los caballos pasto y descanso. De lo que sí tengo referencias es de la existencia de postas en la provincia en Adamuz, Venta del Arrecife, Montalbán, Puente de Don Gonzalo, Venta de Alcolea, Bujalance, Valenzuela y Venta del Puerto. Todo ello cuando la ruta del correo de postas discurría por el Camino Real de Castilla. Me imagino que cuando Carlos III abrió en el último tercio del siglo XVIII la ruta de Andalucía por Despeñaperros, generaría la aparición de otras, como es el caso de Aldea del Río. Luego, a finales del XIX, el tren y, posteriormente, la automoción fue dejando obsoleta esta estructura que había resultado tan eficaz y enriquecedora durante cinco siglos en España.

A resultas de lo expuesto sólo me resta, desde aquí, invocar a quien corresponda, disponga los medios para poner en valor en Andalucía esta madeja de comunicaciones que el progreso ha olvidado. Es pues necesario rehabilitar las Casas de Postas que aún perviven y que se investigue la existencia y localización pretérita de otras en nuestros pueblos. De este modo, se podrá recuperar una arquitectura ecuestre cuya relevancia durante mucho tiempo las erigió en símbolo de progreso en comunicaciones y comercio, y les permita en nuestros días seguir dando frutos para Andalucía, ahora, como bien cultural y turístico.