La enseñanza ya no es lo que era... Tal expresión, tan recurrente hodierno e los labios de los laudatores temporis acti , ha de contrastarse con pruebas fehacientes para cobrar una entidad más allá de un comprensible lamento nostálgico. Resulta, empero, que, como suele suceder a menudo, sólo con el análisis del pasado será posible corregir eventuales defectos o marchar por rutas más seguras.

Como otras muchas españolas, la ciudad y provincia de Córdoba contaron a los largo de los últimos siglos con un elenco de centros docentes de manifiesta solvencia aunque de todo punto insuficientes para impartir y asegurar una docencia mínima al conjunto de su población. Pese a la mencionada calidad y a la igualmente señalada indigencia las investigaciones sobre una y otra han sido hasta el momento presente muy escasas. Tanto el tránsito de la benemérita Escuela Normal de Magisterio a Facultad universitaria como la misma adultez de la de Filosofía y Letras determinarán muy probablemente que, en un futuro no lejano, el panorama que se divise a la hora de observar el próximo ayer de la enseñanza en Córdoba sea bien diferente al que cabe contemplar en nuestros días. Alcanzado dicho horizonte, la obra de la madre escolapia María Dolores Pérez Marín figurará con derecho propio entre las que más extenso y cuidado terreno labraron para construir una imagen sólida a la vez que bien perfilada en un buen número de extremos de ese pasado, imprescindible para enjuiciar con validez un presente en el que el capital humano aportado por generaciones bien instruidas se ve como el principal resorte del progreso.

Los aciertos de la que fuera primitivamente tesis doctoral se ponderaron con latitud y profusión por sus competentes jueces, pudiendo resumirse en las tres notas que imprimen fulgor y permanencia a la tarea historiográfica: ardor en el acopio de los materiales, tratamiento hondo y detenido de estas fuentes, y escritura firme y nítida. Los lectores o las lectoras más curiosos detectarán, a las veces, un entusiasmo quizás algo incompatible con la frialdad académica, pero tal calor se aparece muy explicable a la luz de la materia investigada y del protagonismo descollante que en ella ocupa la Institución a la que la autora presta, desbordadamente, su servicio desde su juventud. Con antecedentes muy destacables en punto al eje central de la labor desplegada por el Instituto de Hijas de María, Religiosas de las Escuelas Pías --el Colegio de Santa Victoria de la capital de la Mezquita--, la congregación fundada por la catalana Paula de Montal Fornés (1799-1889) en 1847 conformó en toda la geografía cordobesa una realidad pedagógica de exigente cualificación, medida desde los patrones más rigurosos de los vigentes en la sociedad española, en especial, en los ambientes católicos. Los cuales estaban ostensiblemente muy agitados por las fechas en que, de acuerdo con un crecimiento graduado y una estrategia bien dosificada, la congregación de las Escolapias se asentaban en Andalucía para cumplir en ella la misión encomendada por su fundadora. Según es harto conocido, en la onda contrarrevolucionaria brotada en el seno de la Iglesia postnapoleónica, la mujer y las órdenes religiosas femeninas cobraron un impulso y significado desconocidos desde los días de Trento. A mediados de siglo el movimiento animado y articulado por la presencia femenina halló su sanción legitimadora, ante los muchos ojos suspicaces y críticos que lo habían contemplado en los decenios precedentes, con la definición del dogma de la Inmaculada y la marea de actividades apostólicas que tenían como artífices a las mujeres. A partir de 1854 se podían colocar en dicho camino frenos y obstáculos --y unos y otros abundaron--, pero era ya imposible el paso atrás. La intuición femenina captó el signo de los tiempos y, con el viento a babor, las numerosos congregaciones y órdenes que surgieron en un campo virgen hasta entonces, no sólo en la historia del catolicismo sino de todo el Occidente y aún del mundo, acometieron lo que muy tiempo antes se ofrecía como descabellada aventura. En el recodo del Diecinueve hispano fueron incontables los sacrificios y humillaciones padecidas por las superiores e integrantes de los institutos y congregaciones femeninas por los prejuicios y atávicos comportamientos de muchos de los obispos, canónigos y sacerdotes bajo cuya rígida tutela se desarrolló lo que acaso sin demasiada inexactitud cabría denominar como primera --y crucial-- incorporación de la mujer a la forja de la sociedad contemporánea. Con sorprendente lucidez histórica, "madres, hermanas y hermanitas" supieron posponer sufrimientos e incomprensiones. Tampoco faltaron, por supuesto, dentro y fuera de los cuadros eclesiales, la solidaridad y simpatía; pero, desde luego, fueron las menos en ambas áreas. El escritor más propicio al aplauso de las causas femeninas, Galdós, únicamente tributó su loanza a las órdenes introducidas en el mundo... Alguna razón quizá le asistiera en la parcelación de su afecto, pues fueron ellas las que abrieron la brecha en la fortaleza de un "machismo" generalizado y granítico, incluso en los sectores "progresistas".