El gobierno hizo la ley y algunos ediles de la oposición "popular" pretenden hacer el reglamento. Lo que estos ediles quieren aplicar es el reglamento de sus conciencias, creencias o convicciones acerca de la unión, que no matrimonio, entre homosexuales . Un edil de aquí ha dicho que en lo tocante a este tema está más cerca del obispo de la diócesis que de la ley emanada de un gobierno legítimamente constituido. El portavoz del colectivo de gays y lesbianas ha tenido que aclarar que el cargo de edil de quien así se manifiesta es consecuencia política del voto ciudadano. Si nos atenemos a la propiedad de que el lenguaje es la casa del "yo", cada uno de ellos, el edil y el portavoz, ha utilizado el determinismo de sus palabras para ponerse en situación. El edil, considerando a la unión civil de los homosexuales como "contra natura", el mismo calificativo que, a mi entender, merecen sus palabras, aunque no haya llegado tan lejos en su expresión particular como otros ediles de su formación política, tal ese edil catalán al que Piqué no ha tenido más remedio que expulsar del partido por llamar "tarados" a los homosexuales. Estos particularismos de conducta son bastante frecuentes cuando se legisla sobre temas como el del matrimonio, que la Iglesia considera de origen divino instituido con anterioridad a la sociedad civil. ¿Será que Adán y Eva se casaron, tal como dicen ellos, "como es debido"?.

Retrocedemos a Babel, utópico proyecto del rey Nimrod, que se propuso levantar una torre en la que todo el mundo moviese los labios del mismo modo para expresar los mismos pensamientos o los mismos sentimientos. Propósito, el de Nimrod, que no llegó a buen puerto, por lo descabellado. Decían las sagradas lenguas que tuvo que intervenir el mismo Yahvé para que cada uno de los constructores de la Torre de Babel moviese los labios como le diera la real gana. Y es en lo que estamos: cada cual es libre de expresar y votar sus opiniones ante leyes, decretos y homilías. Otra cosa es que debe respetarse lo que una ley superior, llamada Constitución, dictamina en cuanto al cumplimiento de eso que parece tan vaporoso y etéreo y que tan difícil resulta de cumplir: la no discriminación de ningún ciudadano por razones de sexo, raza, religión, etcétera. Los fundamentos de una convivencia residen en aplicar esa otra ley o reglamento no escrito de "dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César". Viejo proverbio que algunos olvidan en determinadas circunstancias, como es el caso de que los homosexuales tengan la voluntad de unirse entre ellos en pareja, con los mismos derechos ciudadanos que los heterosexuales.

Sobre las ruinas de Babel los poetas hemos desvelado el fracaso de una humanidad recelosa ante la pluralidad y aquí estamos, plagados de incertidumbres y no predispuestos algunos a la tolerancia ante los eternos diferentes. Para ellos y para nosotros un sistema político llamado "democracia" intenta, bajo preceptos laicos, conseguir que todos, absolutamente todos, seamos iguales ante la ley de los hombres, en posesión de los mismos derechos civiles. Dispuestos debemos estar a no interferir con nuestro lenguaje del "yo" en el espíritu y en la letra de la ley común, siempre que sea justa y necesaria. Como el derecho a no considerar a los homosexuales ciudadanos de segunda. Derecho civil que nadie pretende sacramentar en ley. Como tal debe cumplirse. Y aquella autoridad que escudándose en problemas de conciencia no quisiera aplicar esta ley, está prevaricando. En cuyo caso debe dimitir de su función de servidor público aquel edil que, en su conciencia, se considere violentado.

Por lo demás seguiremos residiendo en esta Babel de los distintos, en la que no todos hablamos el mismo lenguaje ni tenemos los mismos pensamientos ni ideas. En un libro que me ha dedicado Miguel Veyrat hay una referencia al cuadro de la "Babelia liberata" pintado por Bruegel. Pintura que "pretende ser un claroscuro que alegoriza un ideal perdido por el mantenimiento de la dispersión babélica". Cernuda, en su Desolación de la quimera , habla de la herencia común de "aquéllos que respeten el libre albedrío humano". Esa es la herencia que dejaremos: tolerancia y respeto y conocimiento del "otro". Del prójimo y del ajeno. Y es así como, entre la confusión de lenguas, hallaremos una palabra común y luminosa llamada en cristiano "fraternidad".