Cuando Rubén Darío escribió el poema Los motivos del lobo el mundo no estaba tan desquiciado como ahora. El poeta nicaraguense no había inventado, a pesar de sus referencias al hermano Francisco, lo que hoy se conoce como "el espíritu de Asís". Este proyecto espiritual y ecuménico surgió hace dieciocho años por iniciativa del Papa Juan Pablo II y fue recogido por la Comunidad de San Egidio, en la archidiócesis de Milán, no sólo como un proyecto religioso sino como la propuesta de un nuevo humanismo laíco. En tal sentido la citada Comunidad de San Egidio ha sido durante unos días lugar de encuentro de personalidades de diversas religiones como el Gran Rabino de Israel, el rector de la Universidad de Al Ahzar de El Cairo, el imán Ibrahim de los Emiratos Arabes, el rector de la Universidad de Bagdad, el obispo Wardouny y otros dirigentes religiosos y laícos. Un nuevo diálogo ¿de sordos? entre tan diversas maneras de elucubrar un pensamiento global que no encuentra respuestas para entender a un mundo que parece sumido en un nuevo estado de barbarie por culpa de los fundamentalismos religiosos y políticos.

Supongo que tan sabios señores, cada uno con su dogma, su fe y su ideario político, no habrán llegado a otra conclusión que a la de la impotencia. Los motivos del lobo siempre han sido los mismos. No tan seráficamente simples como pudo interpretarlos "el mínimo y dulce Francisco de Asís", cuyo espíritu fraterno rayó en la ingenuidad. El lobo de Gubbia tiene hoy diversos nombres, diversas circunstancias y la misma pasión depredadora de aquél que fue metáfora de la destrucción y de la muerte. A lo largo de toda la historia de la humanidad ha sido comprobado que convivir es el gran problema. En el mundo contemporáneo el desencuentro entre los hombres es una paranoica realidad de múltiples fracturas, ya sea por motivos económicos, étnicos, nacionales o religiosos. La lucha ya no tiene lugar solamente en el choque de civilizaciones sino en el interior de los países, de las religiones, de la propia familia. El presente es caótico, desordenado, plagado de violencia terrorista, de guerras preventivas, de desastres como el de las Torres Gemelas, el de Atocha o el de la escuela de Osetia. Quien busca el compromiso de la paz y del diálogo es tildado de enemigo de los árabes, de los americanos, de los vascos, de los israelitas, de los rusos, de los chechenos. La misma negra sombra de la muerte planetaria extendiéndose como una larga noche de venganza y rencor. Y aunque no sea el fin del mundo, se le va pareciendo.

El espíritu de Asís está muy bien como proyecto. La pregunta es: ¿quién escucha a quién? Si los poderes económicos y políticos que dirigen al mundo tienen las mismas garras que ese lobo de Gubbia medieval ¿quién puede poner freno a tanta matanza de inocentes que se ha convertido casi en locura cotidiana? No puede dialogarse con los que organizan guerras como Bush, con los que ponen bombas en las escuelas y en las estaciones de autobuses, con los que se sacrifican fanáticamente destruyendo la vida en nombre de una fe determinada, sea cual sea. El mundo que tenemos es un mundo perdido, desarraigado, con millones de personas sumidas en la pobreza y en la esclavitud intentando cruzar unas fronteras físicas, mentales y morales en las que se les detiene, se les expulsa o se les acoge para explotarlos, prostituirlos, con políticas de inmigración que son un desastre. ¿Espíritu de Asís? Ni el del hermano Francisco, el ingenuo "fratello" que amaba a todas las criaturas.

No es tiempo de fabulitas medievales sino de que alguien o algo pare esto.

El poema Los motivos del lobo probablemente es una metáfora religiosa que usó el poeta Rubén Darío para hablar de esa alimaña metafísica que es el hombre. El bien no es absoluto. El mal lleva camino de serlo en un mundo enmarañado, irresponsable, vacío de valores y de respeto. Política y religiones tienen su parte extensa de culpa en ese desquiciamiento de una humanidad globalizada sólo en lo económico, no en una cultura de convicciones que conduzca a una única civilización: la de la convivencia pacífica.

Mientras eso no ocurra, deberemos resignarnos como el pobre fraile impotente y afligido que elevaba sus preces y sus lágrimas al viento del bosque.