Hoy, es la fiesta de Santiago, apóstol, mártir y mito. En Santiago de Compostela, la leyenda ha derrotado a la historia y por eso la historia se ha ido construyendo sobre una de las leyendas más asombrosas y bellas de la cristiandad. Esa leyenda es el fruto simbólico del alma gallega, de su melancolía inquieta y creadora.

Varios siglos después de su muerte y enterramiento, el glorioso cuerpo del apóstol Santiago no se resignó a quedarse en la oscuridad silenciosa de un nicho cubierto de maleza en el monte Libradón. Tanto las nubes celestiales como las sagradas reliquias empezaron a enviar señales mágicas. Del cielo bajaban voces angélicas que cantaban salmos felices para tiempos de lucha, y cruzando por medio de esas músicas aparecían y desaparecían docenas de estrellas fugaces, algunas brotaban de la tierra despedidas directamente por los huesos apostólicos. El primero que oyó y vio tal número de prodigios fue el anacoreta Pelagio, y en su desconcierto supo que se trataba de un importante mensaje divino, pero no sabía cómo interpretarlo. La noticia llegó hasta el obispo de Iria Flavia, Teodomiro, que al ver las prodigiosas señales decidió pasar tres días de ayuno y oración pidiendo la iluminación divina, y Dios le ordenó que cavara en aquel lugar al que bautizó como "Campo de estrellas". Nacía Compostela. Los cavadores del obispo descubrieron un cementerio, y en el cementerio un ataúd de mármol. Teodomiro supo por revelación divina que los restos que guardaba ese ataúd eran los del apóstol Santiago el Mayor. El conocimiento de la gran noticia se extendió rápidamente por toda la cristiandad. No se sabe con certeza el año del gran hallazgo, pero se puede situar entre el 820 y el 830. Los cristianos estaban acorralados en las montañas astures y en otros rincones del norte de la Península por el empuje de los ejércitos árabes que combatían en nombre de Alá invocando a su profeta Mahoma.

El hallazgo de los restos del apóstol Santiago fue un regalo providencial de Dios para que los cristianos recibieran fuerza y ayuda en su lucha contra los moros. Dios estaba a su lado en esa lucha y por eso muy pronto el apóstol se convertiría en guerrero empuñando una prodigiosa espada flamígera a lomos de un caballo blanco. Se le vio por primera vez matando moros en la batalla de Clavijo, de ahí el sobrenombre de Matamoros. Los historiadores más solventes afirman que no hay documentos que den testimonio de ese combate. Y la tesis de que esa batalla nunca existió es la más común. La dimensión histórica y sobrenatural de Santiago reside en su grandiosa existencia mágica y por eso la ciudad de Santiago de Compostela es hija directa de la magia creadora de la fe. Si todos creen que existe una cosa, exista o no exista, se convierte en real, por eso Santiago se convirtió en una realidad, porque la creencia en su presencia guerrera se aceptaba y celebraba con un entusiasmo sin vacilaciones.

Sobre el lugar donde se encontraron las reliquias se construyó una iglesia, y alrededor de esa iglesia se fueron amontonando casas y vecinos. De los alrededores empezaron a llegar fervorosos peregrinos y se construyó una catedral cuya construcción se fue perfeccionando a lo largo de los siglos, el crecimiento de la ciudad seguía los ritmos de las diversas obras catedralicias y surgieron hermosos palacios de piedra, conventos, hospitales, albergues y mesones para recibir peregrinos. Porque los peregrinos son los verdaderos artífices de Santiago. Sin los peregrinos no se concibe Santiago y hoy siguen constituyendo la singularidad santiaguesa. Para los peregrinos medievales Santiago estaba en el fin del mundo, en el finisterre, en donde el sol se despeñaba en el mar tenebroso. La profunda fe de la cristiandad medieval concebía la vida como un viaje, y viajar a Santiago era una forma de caminar hacia el paraíso. Desde todas las geografías europeas se pusieron en marcha millares y millares de peregrinos buscando en Santiago La Gran Perdonanza, el perdón de los pecados, porque a Santiago no se iba a buscar la cura para los males del cuerpo, sino para purificar el espíritu. Al cabo de los siglos, el camino de Santiago, por antonomasia, es el Camino Francés que se unifica en Campo la Reina y que a través de una ruta de 750 kilometros termina en Santiago. Hoy ese Camino es el gran museo del Románico, el más grande de todos los museos que puedan soñarse al aire libre.

La actual anatomía del casco histórico de la ciudad se conformó en los siglos XVII y XVIII, y la gran fachada de la catedral que da a poniente, la fachada del Obradoiro, se sitúa también a mediados del XVIII. Es la máxima exhibición del barroco compostelano. Parece como si la piedra escalara sobre sí misma en movimientos curvos, ágiles y ligeros hacía las alturas. Millones de ojos asombrados la han visto a través de los siglos y muchos millones la seguirán viendo. La plaza del Obradoiro es el paso obligado de los peregrinos. Hay un escenario en el que la contemplación de esta fachada traspasa los límites de las bellezas terrestres para meterse en los ámbitos de lo sobrenatural. Es cuando le da la luz rasante del sol, entonces se convierte en un incendio dorado. Bellísimo.

En el Pórtico de la Gloria del maestro Mateo sólo me fijaré en una de las cien figuras, en la del profeta Daniel, que tiene una sonrisa tan enigmática como la de la Gioconda. En el interior se ofrece con frecuencia, y este Año Santo todos los días, después de la misa de doce, un fantástico espectáculo circense. Es el del Botafumeiro, el descomunal incensario de sesenta kilos de peso que manejado hábilmente por los "tiraboleiros" vuela sobre el crucero a una velocidad de 45 kilómetros por hora. Su origen también es misterioso, aunque parece que tenía fines sanitarios, ya que los peregrinos dormían y comían en la catedral y el olor que despedían llegaba a ser nausebundo, donde las enfermedades contagiosas se transmitían con gran facilidad. Con el incienso trataban de purificar la pobredumbre del aire. En homenaje a los peregrinos se bautizó una de las arterias más vitales de la ciudad con el nombre de Rúa do Franco, calle del francés. Hubo un tiempo en que a los peregrinos se les llamaba a todos francos, al igual que hoy se les llama guiris .

A pesar del laicismo dominante, diagnosticado por todos los obispos, son millones los peregrinos que caminan o se dirigen hacia Santiago movidos por el sentido de la aventura y fervores diversos. Las peregrinaciones a Santiago se han convertido en una opción turística, tanto espiritual como deportiva y cultural para los viajeros de nuestros tiempos. Santiago continúa siendo una ciudad mágica y diversa, aunque ya nadie posea el privilegio de entrar a caballo en la catedral para escuchar la misa mayor sobre el caballo como tenía el conde de Altamira, pero el Botafumeiro sigue volando por el crucero ofreciendo un espectáculo soberbio, aunque el incienso ya no sea necesario para purificar los malos olores.

En estos días de verano, y mucho más hoy en la fiesta del Apóstol, el gran espectáculo lo ofrecen las calles. Santiago es la capital bulliciosa y colorista de la globalización.

La peregrinación global. Se pueden ver esclavinas y capas diseñadas por Adolfo Domínguez o Roberto Verino, junto a otras de gruesas lanas que parecen tejidas en el tiempo de los nibelungos.

Todos, creyentes o no creyentes, pasan por la catedral y las numerosas iglesias, en busca de alivios espirituales e indulgencias plenarias, después se dispersan por los más diversos espectáculos que ofrece la ciudad, desde asistir a un gran concierto de rock pasando por otro de flautas y laúdes de los tiempos del maestro Mateo, para terminar, ya en la madrugada con la intensidad de la música tecno.

Y siempre la posibilidad de saborear una gastronomía densa, desde los mariscos, batidos por las frías y violentas aguas del Atlántico, hasta los pimientos de Padrón pasando después por un interminable desfile de carnes y pescados, guisados para todos los gustos.

La ciudad de Santiago de Compostela, que está situada en el fin de la tierra, se ha convertido en el centro del mundo.