Carl Bernstein y Bob Woodward son los dos gurús por antonomasia del periodismo de investigación. En 1973, los dos reporteros del Washington Post destaparon el caso Watergate , un escándalo que hizo rodar la cabeza del presidente Nixon y que fue llevado al cine de manera magistral por Alan Pakula bajo el título de Todos los hombres del Presidente , con interpretaciones no menos memorables de Dustin Hoffman y Robert Redford. Corrían otros tiempos, más gloriosos sin duda, para el denominado cuarto poder. Ahora, los próceres de la comunicación dedican sus esfuerzos a averiguaciones más prosaicas y también más rentables, acerca del pezón de Janet Jackson, el tamaño del pene de Enrique Iglesias, el burdo culebrón de la saga de los Janeiro o el pamplinoso universo de juicios, querellas, dimes y diretes de la tonadillera y el ex alcalde. A muchos de los que pertenecemos a esta profesión se nos revuelven las tripas cuando escuchamos las alabanzas que las Hornillos, Lozano y compañía lanzan hacia la labor profesional de los periodistas del corazón, dando por supuesta la dignidad y la trascendencia de su trabajo. Por el contrario, a los que pretenden informar sin tapujos, con sus aciertos y sus fallos, sobre temas en verdad relevantes para nuestra sociedad, se les intenta tildar de manipuladores y arbitrarios. No hay hoy mayor manipulación informativa que la que procura adormecer a la ciudadanía con los barbitúricos de la banalidad. Y justo en estos tiempos que vivimos ha reaparecido Bernstein para dejar constancia, con la autoridad que le otorga su currículum, de toda esta situación, sintetizándola en varias sentencias: "los medios están haciendo que triunfe la epidemia de la cultura idiota", "insultan a la inteligencia e ignoran la vida real" y "no les interesa la verdad, sólo los beneficios". Y ya puestos a recoger citas, tampoco considero de más transcribir la respuesta de Woodward cuando le preguntaron cuál fue el gran error de Nixon: "Atrincherarse en el desmentido y en una operación masiva de encubrimiento. Habría podido salvarse si en mitad del escándalo hubiera reconocido la culpa y pedido perdón. El pueblo estadounidense tiene una gran capacidad de perdón, pero exige una confesión de los pecados".