Quiero recordarles hoy algunas cuestiones de las que se hacía eco la prensa española en los prolegómenos del infame levantamiento militar del 18 de julio de 1936, argumentos todos ellos que intentaban sembrar pretendidas razones para justificar lo que iba a ocurrir, que no era otra cosa que el pasar a bota y sable un régimen democrático y legal como el de la Segunda República. Se hablaba entonces de que la izquierda tenía "las manos manchadas de sangre". Se calificaba su victoria electoral como "ilegítima" y se acusaba al electorado de estar manipulado y de no ser lo suficientemente maduro para ejercitar el derecho al voto. Se comentaba que la izquierda atomizada era un compendio de organizaciones judeomasónicas que ponían en peligro la unidad de España. Como acusaciones menores, se tildaba a los defensores del sistema republicano de "inmorales", "faltos de toda ética" y absolutamente contrarios a los valores nacionales. Se esgrimía la existencia de dos Españas distintas y enfrentadas de manera irreconciliable.

Dicho esto, a continuación debo desvelar que les estoy mintiendo: todos los comentarios que les acabo de detallar no se realizaron en 1936, sino que corresponden a esta última semana, a los días que han seguido tras el 14 de marzo de 2004. En la prensa, en la radio y en la televisión se suceden declaraciones, comentarios y ligeros análisis políticos de todos los tipos y colores: "esperan a la nación tiempos complicados", "la derecha debe aceptar su derrota... sin voluntad alguna de desquite", "los votantes del PSOE se han dejado llevar por las emociones y han sido manipulados" por Gabilondo, Xardá y la CNN-Plus... Hasta Almodóvar se ha sumado a este cúmulo de sinrazón convirtiéndose en el portavoz internacional de un burdo rumor acerca de una intentona golpista. A todas estas demagógicas declaraciones hay que enfrentar el argumento fundamental: se han celebrado unas elecciones y la gente ha decidido con su voto. Así de sencillo, así de simple y a la vez así de contundente. Así de claras son las normas básicas de nuestro sistema democrático. Cualquier otro razonamiento implica no aceptar estos principios elementales. Hace poco más de dos meses celebrábamos los 25 años de la Constitución, 25 años de libertad y de normalidad democrática. Que nadie venga ahora a vendernos la rancia y trasnochada idea de las dos Españas.