Hace tiempo charlaba con mi amigo Julián, y recordábamos el 11-S. El, que tiene una profunda implicación familiar, sentimental y afectiva con Norteamérica, dijo algo que me impresionó. Lo que más le había dolido al enterarse del atentado contra el W.T. Center era, precisamente, el escenario elegido. Nueva York. "Nueva York, no", es lo único que acertó a decir. Dar ahí, Vicente, me añadió, es dar en lo mejor de los Estados Unidos, lo más abierto, lo más europeo, lo más chicano, lo más irlandés, lo más italiano. Nueva York era y sigue siendo lo más abierto y plural de Norteamérica, lo menos tío Sam de todo el Imperio y, por esa razón y en concreto, lo menos indicado para ser atacado por otra tiranía: es lo más democrático de los USA.

Me hizo pensar aquella frase. Sin embargo fue ayer cuando comprendí su auténtico sentido. Ayer pude ver, horrorizado, cómo la ciudad que más me ha fascinado --y he estado en muchas--, sobre la que más he escrito, la que me sigue aún moviendo a crear, pasaba a convertirse, como antes Nueva York, en otro día 11 --acuérdense: los impares, lo advertí--, en un símbolo de la violencia. La ciudad más abierta de España, mal que le pese a Barcelona, la ciudad donde hay mil lenguas, decenas de barrios y ciudades interiores, la urbe que más inmigrantes recoge en Europa después de Londres y París, la punta de lanza de gran parte del arte contemporáneo, de la literatura española, de los museos multinacionales, de las mismas multinacionales, ha sido alcanzada por lo peor de nosotros.

Todo en Madrid parece hoy --no han pasado doce horas del atentado cuando escribo-- dividirse en un antes y un después. Aunque ni la histeria ni la tragedia misma han sido tan inabordables como las neoyorquinas, Madrid no es desde ayer la misma y nosotros, quizá, tampoco. Miro ahora mi libro sobre Madrid en los estantes y lo veo fatalmente cojo, incompleto, inactual. Le falta dolor a ese libro, le falta horror, le falta -él, lleno de AVE y otros trenes- ferrocarril. Hasta ahora, hasta ayer, Madrid era una especie de República abierta, donde cabía todo, lo bueno y lo malo, sin decantarse hacia un sino concreto. Eso ha terminado. Nos la han quitado. Madrid no, cabrones. Madrid no.