No hace muchas semanas un informe del Instituto de Estudios Sociales Avanzados de Andalucía se refería a la existencia, aún en nuestra región, de importantes bolsas de pobreza. Es difícil pensar, pero así es en la realidad, que esto ocurra en una zona que se precia de desarrollada y que ahora, a comienzos del tercer milenio, va a comenzar su segunda modernización. Del estudio citado se extrae que los avances en bienestar pueden devaluarse cuando hablamos aún en términos de precariedad. Una situación que, según Caritas, alcanza a unos dos millones de andaluces, cifra que el IESA rebaja en más de la mitad, puesto que son unas novecientas mil personas las que así viven en Andalucía.

Aunque, desde luego, la situación no sea la misma para los que sufren este problema levemente que para los que lo padecen de forma más severa. Ser pobre en nuestra región, en definitiva, no es otra cosa que carecer de los recursos necesarios para subsistir con dignidad. Desde luego que es no disponer de comida suficiente o no tener una vivienda digna. Pero también lo es no poseer un libro o, lo que es peor, no sentir tampoco la necesidad de tenerlo. Y es que la pobreza cultural, asociada a la económica, adormece a cualquier ser humano y lo convierte en un auténtico conformista.

Según el jesuita y teólogo de la Liberación Jon Sobrino, a los poderosos cada vez les interesan más los pobres porque proporcionan, entre otras cosas, una mano de obra barata. Generalmente y de forma particular, son las mujeres las que más padecen este tipo de carencia. Y ello queda reflejado en multitud de lugares del planeta, aunque también aquí en Andalucía no seamos ajenos a esta problemática. Sería interminable citar los abusos que se dan en el plano laboral que abona la tesis planteada, aunque desde luego nada comparable con la que sufren las mujeres trabajadoras en otras regiones del mundo, sobre todo en aquellas que están todavía en vías de desarrollo, donde reciben bajos salarios, realizan horas extraordinarias que no cobran y con demasiada frecuencia trabajan en unas condiciones extremas de insalubridad. Según Intermon-Oxfam, en los últimos años las mujeres que trabajan en el sector textil, agrícola y en el cultivo de las flores son las que peor suerte corren en el proceso de producción de una serie de países entre los que se incluyen los EEUU y el Reino Unido, si bien existen casos alarmantes como el marroquí, donde el 50% de las ganancias que les corresponderían por ley en horas extraordinarias se las suele quedar casi siempre el empresario. En este país la mujer tiene muchas más dificultades que el hombre para encontrar trabajo. Por ejemplo, en el sector del comercio sólo un 6% de puestos de trabajo son ocupados por mujeres, porcentaje que se eleva en dos puntos, cuando estas trabajan para el sector servicios.

Sin embargo, en la industria, sector en el que la mano de obra femenina es más dócil y más eficaz, según afirman los propios empresarios, las mujeres rondan el 30% de los puestos existentes. Y es que como afirma Ignasi Cabrera, responsable de la citada ONG internacional, "el modelo de negocio de las grandes marcas de moda y alimenticias internacionales que preconizan lo más barato, más rápido y más flexible, genera una presión en el último eslabón de la cadena", que no es otro que la precariedad en el empleo de la mujer. Además, en algunas poblaciones de Marruecos un 70% de la población obrera femenina tiene menos de 30 años, ya que pasada esta edad, como ocurre en Tánger, solamente trabajan aquellas que están divorciadas, son viudas o bien tienen algún familiar a su cargo.

No sé si a las alturas en que nos encontramos es posible continuar con la convicción de que aún se puede erradicar la pobreza del mundo, especialmente la femenina, combatir todas las desigualdades y poder alcanzar un desarrollo sostenible. Esto último, entiendo, debería ser en un futuro no muy lejano una de nuestras grandes prioridades, acorde con la propia doctrina, centrada en los objetivos del milenio, que emana desde las propias Naciones Unidas. Porque está claro que todos tenemos derechos sociales, políticos y culturales y no únicamente unos pocos, como bien afirmó en su día el obispo Pedro Casaldáliga a quien, por cierto en estos primeros días del año, de nuevo han querido secuestrar en Brasil, precisamente por defender, una vez más, el derecho que tienen los menesterosos de aquel país a poseer la tierra. Hoy en día, cuando llegar a Marte ya es una utopía alcanzable, aquí en la Tierra mueren a diario de hambre un número escalofriante de personas, incluso algunas más cerca de lo que todos podríamos pensar.