Esta semana que empezamos se convocarán oficialmente las elecciones generales de marzo con las que concluirán los ocho años de presidencia de José María Aznar. Ocho años en los que Aznar habrá estado dirigiendo, con Rodrigo Rato, la economía española. Ocho años de los que es conveniente hacer un balance de los resultados económicos antes de que todo análisis se enturbie por las lecturas electorales.

Cuatro son, en mi opinión, los activos de la acción de gobierno del Presidente Aznar: una mayor renta per capita, una menor tasa de paro, un fuerte saneamiento de las cuentas públicas y, finalmente, la incorporación de la peseta al euro.

El primer activo de la era Aznar es, indudablemente, el fuerte ritmo de crecimiento económico. La economía española ha crecido, en este ciclo económico, alrededor del 3,5% en media (sólo algo menos que en el ciclo expansivo de los ochenta), lo que ha posibilitado un acercamiento a la renta media de la Unión Europea hasta alcanzar más del 80%. Paralelamente, este crecimiento ha posibilitado un segundo activo: la mejora en la tasa de paro.

Así, frente a un paro de alrededor del 20% se ha pasado a una tasa del 11%, creándose cerca de tres millones de puestos de trabajo. Todo ello al tiempo que se ha producido un profundo cambio en el mercado de trabajo: la incorporación de la mujer a la población activa ha seguido un ritmo creciente, de la misma forma que España se ha convertido en una economía receptora neta de inmigración.

El tercer activo de la era Aznar ha sido el acercamiento de las cuentas públicas a la estabilidad presupuestaria, al ´déficit cero´. Y no sólo porque permitió la incorporación de la peseta al euro, sino porque ha instaurado en España la cultura de la responsabilidad sobre el gasto y ha roto la propensión al déficit. Finalmente, el cuarto activo de la era Aznar ha sido la importante transformación de la economía española que permitió a la peseta integrarse en el euro. Y es que gracias a la política de convergencia nominal de los años noventa la peseta fue sustituida por el euro, dando lugar a la bajada de tipos de interés que está posibilitando el crecimiento económico de estos años, al tiempo que fuerza a las empresas española a la internacionalización.

Pero la era Aznar también tiene cuatro pasivos económicos que deja en herencia: una persistente inflación diferencial, un bajo crecimiento de la productividad, una política tributaria menos progresiva y, desde luego, la mayor asimetría en la distribución de la renta.

Y es que, y es el primer pasivo, la economía española sigue teniendo problemas con la inflación. Problemas que se derivan de la escasa liberalización de los mercados de bienes y servicios (a pesar de la retórica liberalizadora del Gobierno), de la intensidad de la demanda y la escasa adecuación de la tasa de interés europeo a las condiciones de la economía española.

El segundo problema sin resolver que deja Aznar es el del bajo crecimiento de la productividad fruto de uno de los mayores fracasos de estos años: la baja penetración de las nuevas tecnologías en las empresas españolas. El tercer pasivo es, sin dudarlo, la regresiva política tributaria. Porque, también a pesar de la retórica oficial de bajada de impuestos, la carga fiscal española se reparte, en la actualidad, con una mucho menor equidad que al inicio del mandato Aznar: las dos reformas del IRPF y la revolución de las tasas han dado como resultado que son las rentas más bajas las que más impuestos, en proporción, pagan. Consecuencia de lo anterior, de la mayor flexibilidad laboral en forma de contratos menos protegidos y de un espectacular crecimiento de la dispersión salarial (los ejecutivos han visto crecer sus salarios medios reales más de cinco veces el crecimiento de los obreros manuales) es el aumento de las diferencias de renta entre los españoles. Dicho de otra forma, los activos económicos no se están repartiendo de tal manera que no haya pobres.