Le conocen de sobra. Alfredo Urdaci es ese muchacho con cara de no haber roto un plato que sin embargo rompe cada día en nuestros oídos y ante nuestros ojos toda una vajilla. Es un manipulador de la información según sentencia de la Audiencia Nacional que le responsabiliza de la violación de los derechos fundamentales de huelga y libertad de expresión. Ya saben, manipular es una manera ondulada de mentir, de ponerle maquillajes a la realidad. Significa, en cierta manera, vulnerar el artículo 20 de la Constitución que exige veracidad a la información.

Si esta exigencia debe ser cumplida por todos, de manera especial por los medios públicos de comunicación del Estado y especialmente por el más significativo de todos ellos: Televisión Española.

Aquí aceptamos como moneda corriente que la televisión pública manipula, porque manipular en los telediarios se ha convertido en una rutina de nuestra historia democrática, aunque conviene decir que el señor Urdaci lo hace con un desparpajo insolente.

Ha dado el do de pecho en el virtuosismo de manipular. Incluso manipuló la nota de rectificación que se vio obligado a leer por sentencia judicial por lo informativos falsos que habían divulgado con motivo de la Huelga General del 20-J de 2002. La televisión pública tiene que ser neutral y exquisitamente objetiva, lo contrario es hacer trampas en el juego democrático. Es una exigencia elemental entre otras cosas porque la pagamos todos y nos cuesta una billonada. Su endeudamiento suma un billón de las viejas pesetas, que encima el gobierno retrasa su pago para mantener el espejismo del déficit cero.

He hablado muchas veces con profesionales de diferentes países sobre este asunto. En las televisiones públicas alemanas --son dos--, en la BBC inglesa, en la francesa, belga, holandesa... es un pecado de lesa información el falsificar. En esos países al periodista que hubieran condenado por violar la veracidad informativa se vería obligado a dimitir. Aquí, es posible que le condecoren y lo que es seguro es que le darán palmaditas en la espalda diciéndole: "ánimo muchacho, eres un tio con riñones". Cuando grabó la rectificación, lo hizo en un intermedio de su trabajo en ese momento, las retransmisiones de las ceremonias de los actos conmemorativos de las bodas de plata de Su Santidad Juan Pablo II 1, el señor Urdaci exhibió un piadoso fervor personal, de lo cual es muy libre, por supuesto.

En el programa del Partido Popular para las elecciones de 1.996 se dedicaban seis páginas al asunto de regenerar la televisión española cargando contra los socialistas la utilización partidaria. Decían que nunca más. Nunca más una televisión al servicio del gobierno. En el programa de las últimas elecciones generales le dedicaron sólo 10 líneas rituales.

No se puede rebobinar la historia. Ni regresar al día anterior al que marcó el comienzo de la tragedia. Sin embargo es necesario corregir en la medida de lo posible las decisiones disparatadas y sangrientas. La posguerra de Irak, que se hizo de forma ilegal, ha entrado en un pantanoso barrizal de muertos. De seguir así terminará convirtiéndose para Estados Unidos en algo parecido a lo que fue Afganistán para la Unión Soviética. Aquí una derrota de los Estados Unidos significaría un desorden mundial de imprevisibles consecuencias, todas nefastas, incluso para el mundo islámico. Ya que se impondrían las tesis de los radicalismos fundamentalistas. El reciente voto de la ONU en el Consejo de Seguridad que legitima la fuerza multinacional en Irak, es un voto de mínimos ya que Alemania, Francia y Rusia no aportarán fondos ni tropas.

Pienso que solo se pondrá en marcha una solución razonable el día en el que la ONU asuma la responsabilidad de gestionar la devolución de la soberanía al pueblo Iraquí. Hoy Irak es un polvorín múltiple, incluso entre la comunidad shí ha estallado la confrontación y la violencia. Normalizar Irak exige recorrer un largo camino, un camino lleno de muertos e incertidumbres. Habrá también buenos negocios, sustanciosos negocios, para un número selecto de elegidos. Para los de siempre, especialmente los de la camarilla de Bush, empezando por el vicepresidente Cheney. Los estados y los pueblos correrán con los gastos y los costes. Los beneficios irán a una minoría de privilegiados. Lo que acabo de escribir ya lo dicen a voces los candidatos demócratas norteamericanos, entre ellos el general Clark.