Los vínculos de Soria con Córdoba remontan luengamente en el tiempo. Desde los días bajomedievales hasta los contemporáneos toda una corriente humana y material se proyectó sobre Andalucía, teniendo a nuestra tierra como uno de sus focos de atracción principales. Parte de la vida económica y social cordobesa tiene lectura o interpretación sorianas. Desde los roquedales del hondón de la Meseta descendieron al Valle del Guadalquivir energías y afanes muy provechosos para el conjunto de la Bética. Ante todo, como decíamos, riqueza humana. En las postrimerías del franquismo vino a demostrarlo por incontable vez la incorporación al flamante claustro de la recién estrenada Alma mater cordobesa de un joven catedrático nacido en los paisajes de Alvar González, "donde el Duero traza su curva de ballesta". El periplo existencial y académico había sido justamente el inverso del autor de Campos de Castilla , afincándose con ilusión desbordada al terminar su carrera en la ciudad de la Giralda. Un destino burocrático también aceptado con entusiasmo le trajo, en el lubricán de la dictadura, de la vieja Universidad hispalense a la cordobesa, recién botada a la alta mar de la cultura española. Desde entonces hasta el momento actual ha sido pieza clave en su engranaje y funcionamiento con la impartición de una enseñanza de calidad verdaderamente --en fondo y forma-- superior. Exposición brillante con no pocos instantes de deslumbradora; conocimiento alquitarado; fusión singular de teoría y experiencia. Tales han sido, al decir unánime de generaciones numerosas, las claves esenciales de la docencia que ha hecho, junto a la de otros colegas de su Facultad y de algunas más de la Universidad cordobesa, que el prestigio alcanzado por ésta le salve en buena parte del merecido descrédito caído sobre muchas otras andaluzas y no andaluzas, naúfragas por la impericia de sus cuadros y el vuelo corraleño de los políticos de turno.

Pero con ser trascendente en la biografía del eximio pediatra, no ha sido la citada la única ni acaso tampoco la más importante empresa en la que representó en el reciente ayer un papel de primer orden. Pocas aventuras, en verdad, tan excitantes y de tan elevado voltaje social como el afianzamiento del Hospital "Reina Sofía" como uno de los centros galénicos y asistenciales de mayor rentabilidad en todos los aspectos y de fama más extendida por todos los rincones del país. Tirios y troyanos --muy escasos, pues la bondad y sabiduría del doctor Romanos desarman a casi todas las contumelias e infundios de ambientes muy proclives a recorrer su fácil y deletérea senda--, todo el mundo, repetiremos, compañeros y enfermos se muestran invariablemente conteste en señalar los trabajos del sobresaliente pediatra y de su ejemplar servicio y nómina de colaboradores --entre los que, cómo no, las mujeres ocupan un puesto relevante-- como uno de los factores esenciales de ese admirable sumando cívico e hipocrático que ha sido y es la institución acaso más celebrada de la Córdoba hodierna.

Calendario sin fiestas, horario coincidente con la luz del día y --no pocas veces-- de la artificial de la noche, emulación continua, atención sin quiebra en la solidaridad y comprensión hacia el prójimo sufriente --en su caso, doblemente sufriente al ocuparse su consulta de bebés y niños--, he aquí, conforme opinión generalizada, algunos de los títulos que avalan la condición verdaderamente de excelencia del esfuerzo y entrega del servicio de Pediatría del centro ahora referenciado. Bien se entiende que la jefatura ostentada durante largo tiempo por el doctor Romanos no ha sido ajena a ello, sino muy por el contrario, elemento esencial y acaso irremplazable. El ejemplo del egregio pediatra soriano-cordobés es uno de los escasos que cabe señalar en una nación como la nuestra, en la que el favor público va, de sólito, acompañado de los intereses banderizos. Por decisión personal el doctor Romanos ha fijado en este crepúsculo del año --¿de gracia?...-- del 2003 el término de su carrera académica. Afortunadamente, la contribución en aliento ético, espíritu cívico y admirable entusiasmo por el oficio de sanar almas y cuerpos de este médico humanista y, como tal, hombre de bien, no tendrá jubilación en mucho tiempo. En la Universidad, pero también en el conjunto entero de la sociedad andaluza y de la cordobesa muy en particular, su inhiesta y fecunda trayectoria vital y profesional deberán ser sin tardanza motivo de orgullo y estímulo, singularmente para los jóvenes que en estos días, en colegios e institutos, sueñan con quemar su vida para aliviar la del prójimo.