El mundo lleva dos años viviendo bajo la sombra venenosa de aquel maldito 11 de septiembre. El fanatismo terrorista dio el golpe más espectacular de la historia contra dos símbolos de los Estados Unidos, las Torres Gemelas en Nueva York y el Pentágono en Washington. Mas de tres mil muertos. Una carnicería. Estos días se han publicado los desesperados diálogos desde los teléfonos móviles y en ellos escuchamos los más desgarradas palabras del horror. De todo el mundo llegaron oleadas de emocionada simpatía hacia los Estados Unidos. Los americanos se pusieron en las manos de su presidente Bush para superar el trauma de la tragedia y la humillación. Y Bush, en dos años ha dilapidado todo ese capital de simpatía y apoyo. La mayoría de la opinión pública comprendía un castigo sangriento de los culpables que tenían su cobijo en el Afganistán de los talibán. Bush aprovechó la coartada de la lucha contra el terrorismo para extender la hegemonía americana, pero sus errores de estrategia han sido tales que están llevando a los Estados Unidos al desastre, a la confrontación con Europa y a los europeos entre sí; y a una guerra sin rostro entre culturas con destrucción de lo que constituían los pilares de las Naciones Unidas.

Afganistán vive en un caos de múltiples guerras interiores y se ha convertido en el primer productor de opio del mundo con miles de laboratorios en todo el país que la convierten en heroína. Las sombras y los cuerpos de Osama Bin Laden y del mulá Omar vagan por todo el país. El presidente Hamid Karzai apenas manda en Kabul, los señores de la guerra y los talibán fortalecen día a día su poder. Afganistán es un monstruo con centenares de cabezas que son los mandarines locales. No hay un verdadero gobierno, la gente normal ve que su vida se va degradando con el paso de los días. Los americanos muestran una indiferencia total a lo que está sucediendo en ese desventurado país. Lo más lógico hubiera sido que la Administración Bush, una vez que desalojó a los talibán del poder, se dedicara a montar un nuevo gobierno que mejorara la vida de los afganos y las condiciones de vida del país. Ahora, en los lugares donde crecen las tiranías locales están prendiendo nostalgias por aquel régimen de religiosos fanáticos. Parecía imposible empeorar lo de los mulás, pero ese imposible lo están logrando.

Dinero. Negocios. Beneficios. Algunos incluso se atrevieron a pronunciar la palabra tarta en el más perverso y viscoso de los significados. Después de la guerra, la reconstrucción de Irak ofrecería muchas posibilidades de negocio. El hermano del presidente Bush, en su visita a España, dijo que el generoso apoyo de Aznar a la guerra contra Irak supondría grandes beneficios económicos para nuestro país. En fin, se decía que meteríamos la cuchara en esa tarta. En los Estados Unidos también se pensaba eso, incluso se escribió. Ahora la realidad es más amarga, resulta que para pagar los costes de nuestra participación en esa guerra se dedicarán los beneficios de la venta de viejos cuarteles y terrenos del Ministerio de Defensa, pero además, y lo que es peor, se restarán a Ciencia y Tecnología muchos millones de euros. Se quitarán a la investigación y nuestros jóvenes investigadores seguirán con becas de miseria. Es posible que alguna empresa española haga en Irak buenos negocios. Siempre ocurre así, siempre hay pesadores de aguas turbias. En los Estados Unidos se están desatando todas las alarmas, el coste de la guerra empieza a volverse insoportable. Sin embargo, empresas ligadas a miembros de loa Administración Bush harán grandes negocios como las del vicepresidente Cheney.

Las innumerables guerras de Bush están convirtiendo la industria armamentista en el nuevo pulmón de la economía americana. A mi solo me queda esta reflexión triste: la economía que crece produciendo armas alimenta la guerra. Y la guerra alimenta las fabricas de armas.

En Córdoba hay una piedra filosofal, pero es difícil dar con ella. Incluso podíamos abrir concursos de ideas para encontrarla. Me refiero a como lograr que los turistas que circulan como senderistas de paso por la Mezquita se queden algunos días entre nosotros. Convencerles de que Córdoba es un lugar de paseo, no solo de paso, es una tarea de todos nosotros. Una tarea larga, pero resultará enriquecedora en múltiples sentidos.