En Montilla se celebran, con el bullicio y el colorismo acostumbrados, las fiestas de la vendimia. Ayer tuve el honor asustado y agradecido de ser pregonero de estas fiestas. Montilla y el vino forman una realidad entreverada y constante a lo largo de la historia. Por esa campiña prodigiosa pasaron pueblos y creencias, pero las viñas y su fruto formaron parte del trabajo y los desvelos de sus habitantes. Mejorar la calidad de los vinos y acertar en su comercio significaba mejorar la calidad de la vida. Vino y vida dándose un aliento mutuo. Este año unos 4.500 viticultores se afanaron en la dura tarea en sus 17 localidades cordobesas que integran el marco de la Denominación de Origen Montilla-Moriles. Los agresivos e inhóspitos colores del mes de agosto tuvieron devastadores efectos sobre la cosecha, va a ser menor en cantidad, aunque en calidad nos dicen que será excelente.

¿Cuándo comenzaron a cultivarse los vinos en esta zona? Es una pregunta frecuente y las respuestas son inciertas, pero se sabe que hace muchos siglos. El desaparecido escritor montillano José Carlos Jiménez ha reseñado vestigios con referencias a la vendimia como ánforas, mosaicos, vasos y ladrillos muy anteriores a los tiempos de Cristo. Muchos de los orígenes de los vinos y las viñas montillanos hunden sus raíces en la leyenda. Pudo ser que unos vagabundos y atrevidos comerciantes griegos focenses trajeron vino a los tartessos, y estos se entusiasmaron tanto por un brebaje tan singular y delicioso que compraron los primeros sarmientos. Si fue así, que así pudo haber sido, nos encontraríamos con el primer ejemplo de marketing que puede adaptarse a nuestra modernidad.

Ya saben que los pregones tienen una carga lírica y por eso acudí a mis recuerdos en relación con el Montilla, y recordé aquel día remoto en un pequeño pueblo de Galicia en que un vecino nos invito a un grupo de amigos a comer jamón, pero el jamón era el pretexto para saborear un vino que no se parecía a ninguno de los que hasta entonces habíamos bebido. Se lo había traído un afilador de unas tierras lejanas y luminosas. Era un fino de Montilla. En mi alborotada imaginación adolescente pensé que esas tierras lejanas y luminosas de las que hablaba el afilador estarían en los alrededores del viejo paraíso terrenal. Y que las viñas de donde ese vino procedía se habían salvado de las dos catástrofes más descomunales que ha padecido la humanidad, la del pecado original y la del diluvio universal. Hoy, al cabo de los años, después de muchas lecturas de filósofos y místicos, sigo creyendo que es un superviviente de aquellas dos perturbadoras catástrofes. O al menos de una de ellas. Este vino no tiene pecado original. Tiene el sabor permanente y verde de la inocencia.

En los pregones sobre el vino, las excursiones por las mitologías griega y latina son casi obligadas. Hay que citar a Dyonisios en Grecia y Baco en Roma, que más que dioses del vino, fueron el vino mismo. A mí, una de las más fabulosas historias mitológicas con respecto al vino es la referente a aquella noche en la que Osiris transformó el agua del Nilo en vino y resultó la noche más feliz y desordenada que habían vivido los ribereños. Contaron que aquella noche bailaron las estrellas.

El vino es el fruto de largas y complicadas atenciones, sólo el recorrido que hace desde la cepa a la mesa en que se sirve, está lleno de problemas que hay que ir salvando con trabajo y dedicación porque si se comete un error repercute en la calidad. A los vinos hay que cuidarlos como a criaturas díscolas e indefensas, hay que tutelarlos para que logren el perfume adecuado, la graduación conveniente y un cuerpo compacto que se adapte y satisfaga a los paladares más exigentes. El vino se ha convertido en un objeto cultural. Hay una literatura muy amplia para describir los distintos sabores y hay personas que lo mueven en las copas con verdadero arte. Cosechar vinos tiene muchos ritos antiguos y viejas costumbres. Sin embargo no se puede apostar al conservadurismo de los métodos, sería un suicidio, el gran desafío en cuya apuesta están los de Montilla-Moriles es la aplicación de las tecnologías punta a la hora de producirlo y los más modernos métodos de las técnicas de mercado para venderlo.

Es un sector que tiene problemas, pero hoy no hablaré de problemas, estamos en fiestas y yo tengo la fortuna de ser su pregonero.