En la noche dominical del 7 de septiembre de 2003, la Plaza de la Corredera será el magno escenario donde se abrirá, como una prodigiosa flor del atardecer, la solemnísima Coronación Canónica de Nuestra Señora del Socorro.

Este formidable acontecimiento, tan acorde con las devociones cordobesas y, a la vez, tan representativo de sus tradiciones piadosas, puede ser considerado como el final apoteósico de un auto sacramental.

Naturalmente, esta apreciación es culminante en su religiosidad y, por lo tanto, queda descartada del tema de la crónica, que es algo así como un canto de amor a la Santísima Virgen, en fecha y momento de tantas trascendencias.

Mi imaginario auto sacramental podría tener una sola finalidad: la loa o alabanza de la Virgen del Socorro, y puesto que desde 1934, por la donación de un concejal devoto, tiene entre sus propiedades la de un bastón de mando de la ciudad, no hallo obstáculo en titularlo "La divina regidora".

No es ajena a los autos la palabra loa. Como es sabido, consistía en una pequeña pieza, constituida por personajes alegóricos, que solía representarse delante del propio auto. La creación solía ser breve, de limitadísimos actores, y podía estimarse como la apertura de la representación.

La loa imaginada podrá estar elaborada sobre la inmensidad de la fe, esperanza y caridad, sobre la base de las tres virtudes teologales, a través de la letanía que sirve de broche al Rosario. No olvidemos que los autos sacramentales poseen un marcado fundamento teológico.

Cabe recordar que el auto sacramental es una obra teatral en un acto que tiene por tema el misterio de la Eucaristía. Sin duda alguna, constituye una de las más relevantes expresiones artísticas de nuestro rico teatro nacional. Curiosamente, en justa correspondencia con nuestras habituales contradicciones ibéricas, los dos polos escénicos de nuestra patria son: de una parte, el sainete: que representa el veraz y crudo realismo y, de otra, el auto sacramental, clara muestra de un supremo idealismo, de espiritualidad ascendente.

Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la Barca son las cimeras del auto sacramental; pero, sin duda, es este último, a través de su fuerte formación teológica, y siempre a la Teología, por su escala escolástica, quien se alza con la palma triunfal.

Al decir auto sacramental con dedicatoria a Nuestra Señora, la Virgen del Socorro, debe decirse expresamente que se trata de un auto mariano, puesto que su apoteosis estaría prestigiada por la presencia de la Santísima Virgen en su imagen del Socorro.

Hay un glorioso antecedente en esta modalidad: la constituye el auto calderoniano La hidalga del valle , pieza genial en que la aparición habitual de la Eucaristía queda sustituida por la aparición de la Virgen.

Como es de rigor, los personajes son simbólicos: la Culpa, la Naturaleza, la Gracia, la Hidalga, el Contento, el Furor, la Música, el Amor Divino, etcétera.

"La divina regidora", punto lírico de arranque del auto fantaseado, debería desarrollar, en símbolos, las tres líneas principales en que se basa la devoción socorrera y sus piadosas tradiciones: la tormenta de septiembre de 1589; la humanitaria empresa juvenil hacia las epidemias, y la salvación eterna del llamado "Tenorio" cordobés. No sería difícil deducir los personajes: el Huracán, la Luz, la Peste, la Juventud, la Lujuria, el Socorro, la Penitencia, el Pozo y, sobre todos los personajes, como es natural, la Divina Regidora como protagonista.

El tiempo y el espacio concurrirían para su mayor glorificación, y en ella no faltarían las escalonadas macetas de albahaca del patio de las clarisas de la Santa Cruz, y el recuerdo de las antiguas chindas, lujosamente ataviadas, con cabellos aldabonados y zarcillos colgantes, pulidos de oro. Tampoco faltaría la guitarra de Andrés Segovia de cuando era joven y vivía en la Plaza de la Paja.

Quizá sea mucho pedir; pero me gustaría que algún día, en honor de la Virgen del Socorro --ya coronada--se representara en La Corredera el auto de "La Divina Regidora".