El verano ha sido tan pródigo en acontecimientos políticos, que el cuaderno en el que anoto aquellos temas de los que puedo ocuparme en estas colaboraciones está lleno de sugerencias. Todos han quedado eclipsados por la noticia del fin de semana: la designación de Rajoy como candidato del Partido Popular. No reiteraré lo ya dicho acerca del procedimiento seguido para ello, tengo mi opinión formada sobre el personaje, pero me la reservo hasta ver su comportamiento en los próximos meses. No obstante, dado que llega arropado por el presidente Aznar, la derecha española debería recordar lo que escribe Carlos Fuentes en La silla del Aguila : "Un hombre puede dejar de actuar en política. Lo que nunca deja de actuar son las consecuencias de sus actos políticos". Luego, la política seguida por el presidente del Gobierno podría ser un lastre para su candidato.

Pero lo que me siento obligado a explicar hoy, tras dos meses de ausencia de estas páginas, es que hasta aquella fecha mis artículos cumplieron un ciclo que de manera simbólica estaba representado por mi invitación a un Café solo (que pienso continuar bebiendo con las recomendaciones que me indicara Pepe Cobos). Y ahora, como se puede ver, cambio el encabezamiento y recurro a la memoria, un tema del que me ocupo desde hace algún tiempo en mis trabajos de investigación. Los calificativos que le podemos poner son abundantes, tales como natural, impedida, manipulada, dirigida, selectiva, compartida, ejercida, herida, fiel, enferma, apaciguada, reconciliada, individual, colectiva, obligada, personal, viva... Muchos de ellos los encontré en un libro que comencé a leer en la mañana del 12 de agosto, se trata de un extenso ensayo de Paul Ricoeur titulado La memoria, la historia, el olvido , una obra en la que el autor incluye un sugerente colofón: "En la historia, la memoria y el olvido. En la memoria y el olvido, la vida. Pero escribir la vida es otra historia". Y fue allí donde he encontrado esta expresión, "memoria feliz", primero como un concepto cuyo origen está en las Confesiones de Agustín, en concreto en el libro X, para convertirse al final de la obra en un elemento clave para Ricoeur: "Puedo decir ahora que la estrella guía de toda la fenomenología de la memoria ha sido la idea de memoria feliz... La fidelidad al pasado no es un dato sino un deseo. Como todos los deseos, puede frustrarse o incluso ser traicionado. La originalidad de este deseo es que consiste, no en la acción, sino en la representación retomada en una serie de actos de lenguaje constitutivos de la dimensión declarativa de la memoria". Lo importante es rememorar, reconocer, y hacerlo de manera que superemos a quienes falsean o manipulan, en eso consiste la felicidad de la memoria.

Aquella misma mañana, unas horas después, tuve ocasión de dialogar con un paisano que por su edad, y su lucidez, es la memoria viva de aspectos poco conocidos en la historia de mi pueblo a lo largo del siglo XX. De su conversación siempre se aprende algo, se llama Modesto Pérez-Aranda y aquel día me contó que, siendo alumno de bachillerato en el Instituto, el profesor titular de Latín tuvo que ausentarse y se designó a un sustituto. Aquel curso estudiaban "Literatura Latina", y el recién llegado le preguntó cuáles eran los contenidos de la materia, él le respondió que estaban estudiando a Plauto, y a continuación le recitó de memoria los títulos de todas las obras de dicho autor. El sustituto, impresionado, le dijo: "Tiene usted una memoria feliz".

De este modo, en el transcurso de muy pocas horas, me encontré por dos ocasiones con el mismo término, el hecho sólo puedo calificarlo como una coincidencia también feliz, y de ahí que el encabezamiento de mis artículos cambie a partir de ahora, no sólo por respeto al azar de aquel día, sino como homenaje a todos aquellos que con su recuerdo contribuyen a esta tarea de los historiadores que es comprender el pasado para así conocer el presente, como hace unos días recordó Josep Fontana ante la muerte de Pierre Vilar.