Ante las aterradoras perspectivas que para la humanidad se abren con esta guerra anunciada contra Irak, vemos que la paz es el único combate en el que vale la pena perseverar. No se trata ya de un ruego, sino de una orden que debe subir de los pueblos hacia los gobiernos: la orden de escoger definitivamente entre el infierno y la razón. Este pensamiento lo tomo prestado de un artículo de Albert Camus publicado en el periódico "Combat" a propósito de las posibilidades destructivas de la bomba atómica. Hoy la capacidad destructora de un ejército como el que los Estados Unidos está desplegando alrededor de Irak es interminable e innumerable. Sólo en un mundo librado a todas las violencias, incapaz de control alguno, indiferente a la justicia y a la simple felicidad humana, se comprende que la ciencia se consagre con tanto fervor a investigar ingenios que tienen como objetivo amplios homicidios organizados. Frente a los ánimos belicosos y guerreros de los que hacen gala Bush y sus corifeos se está rebelando una masa tal de ciudadanos en todos los países que pueden romper la dinámica de la irracionalidad. Las masas que salieron a las calles hace una semana pueden convertirse en una verdadera potencia. La gran lucha es la de no resignarse a que la guerra, las guerras, se acepten por la inteligencia humana como algo inevitable. Resignarse a ese fatalismo sería la derrota definitiva del hombre, de la inteligencia y de la historia.

Estos días se ha hablado bastante de panarabismo, pero el panarabismo nunca existió realmente, ni siquiera en los tiempos más gloriosos de Nasser cuando soñaba con una sola nación árabe. La posible guerra contra Irak está provocando planteamientos enfrentados entre los estados. Hay tres grupos perfectamente diferenciados, por un lado están los países del Golfo que seguirán incondicionalmente a los Estados Unidos y además no tienen otra alternativa. En primer lugar se encuentra Kuwait, ligado a USA por una tratado de Defensa, en donde hay cien mil soldados estadounidense dispuestos a intervenir como vanguardia de los ataques por tierra, después vienen Qatar, Oman, Bahrein y los Emiratos. Son el punto de apoyo necesario. Por cálculo emocional y pragmático están deseando eliminar al incómodo y peligroso enemigo que siempre trató de someterlos y lo intentó con la invasión de Kuwait. Enfrente están los radicales del "no" a cualquier colaboración con los Estados Unidos, los encabeza Siria y le sigue por obligación Líbano que se ha convertido en un casi protectorado sirio, entre ellos también está el revoltoso e iluminado Ghadafi, aunque con menos intensidad que hace unos años porque recuerda los cohetes que lanzaron los americanos contra su jaima. Yemen y Sudán también son fervorosos incondicionales de los duros.

Tratando de flotar entre dos aguas están los gobiernos filoamericanos encabezados por Egipto, en realidad el presidente Mubarah tiene poca capacidad de movimiento, ya que recibe de Washington dos mil millones de dólares anuales por la utilización de su espacio aéreo. Ese dinero es vital para su maltrecha economía que está perdiendo importantes ingresos por el turismo. En la misma línea y por motivos análogos están Túnez, Marruecos y Argelia. El caso de Arabia Saudí tiene sus peculiaridades, en la pasada guerra participó activamente porque se sentía una posible víctima del expansionismo de Sadam. Ahora los fervores islamistas han calentado a las masas y el rey teme una rebelión alentada por notables fundamentalistas, en el país del fundamentalismo religioso, que podía costarle el trono. Este grupo, calificado de moderado, participaría en la guerra si está amparada por una resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, pero la pregunta es ¿se podrían negar si Bush decide un ataque unila+eral? Creo que alguno de ellos no podría negar su colaboración.

La posición de los gobiernos es clara, la de los ciudadanos también lo es: están en contra de cualquier intervención. En la oración del pasado viernes, las mezquitas fueron un clamor contra la guerra y una invitación a la resistencia que puede significar en algunos casos "guerra santa". La verdad es que el aire que respiramos no invita al optimismo.