Parte de los gitanos del mercadillo se ha hecho "avangelista". En Guatemala y en otros países de la América hispana la mitad de la población católica ha puesto su fe en las llamadas sectas pentecostales. Los parlantes histriónicos preñados de alabanzas divinas han encontrado un negocio suculento: el negocio de lo sobrenatural. Como escéptico que soy en materia de fe y costumbres constato el volumen, la masa y el dividendo. ¿Quién dijo que no se puede obtener de la verdad eterna un pingüe beneficio?. Los "niños de Dios" son como "yuppis" adiestrados en el negocio místico del dinero y la fe, ambos estimulantes. Como el café espiritual que alimenta esa orgía estratégica de desmayos colectivos, entradas en trances que hubieran envidiado nuestros místicos literarios del Siglo de Oro. La música de fondo: un ritmo enloquecido de panderetas, cantos espirituales, el "Jericó" de La cabaña del tío Tom elevándose hacia el cielo raso del local del nuevo templo erigido con dólares americanos, mientras "gringos" de corbatas obscuras vigilan el negocio.

En zonas rurales y deprimidas la iglesia es una carpa descomunal erigida en el descampado real y filosófico. Y lo más espectacular del nuevo culto: la televisión con la voz seductora de cualquier Míster Robertson, la radio tronando mensajes económicistas de salvación eterna a tanto la palabra y el estadio, el gran manitú de la pradera, a rebosar de prosélitos para la final de copa entre los equipos del Bien y del Mal. Como escéptico que contempla el espectáculo de la acaparación de Dios por estas masas de redentores y redimidos, me siento fascinado. Algunas malas lenguas llaman a esta inaudita "explosión evangélica" la última estrategia imperialista del gran país donde la Biblia y el dinero son una misma cosa. Otros lo llaman la venganza de los mil hijos de Lutero contra la madre Roma que, por motivos económicos, acabó deshijándolos. Porque el nuevo evangelio predicado por las sectas que vienen de Nueva York, Chicago, Philadelphia, no sólo promete la redención del pecado sino la liberación de las cadenas de la pobreza, la miseria y la opresión. El evangelista ("avangelista" en versión calé) promete la salvación lejana pero también la próxima. Jugando con los términos del más acá y del más allá y la nueva aparición de Cristo sobre la tierra irredenta, las sectas pentecostales americanas están acaparando almas y dineros a un precio justo: un alma por diez dólares o diez euros aquí, en la Europa rendida a la seducción de los colegas de Bush en lo religioso y en lo patriótico. Tantas almas por diez dólares/euros/quetzales guatemaltecos y miles de respuestas acertadas como en el "Un, dos, tres", ya cotizan en Wall Street a precios astronómicos. Ha nacido la Bolsa Espiritual, que esa sí que da dividendos inmediatos. Y en aquellos países gangrenados por el peligroso estigma histórico de estar tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos de América ha comenzado una nueva conquista: la conquista del dólar de los pobres al precio de ganar el cielo con misioneros adiestrados e incluso subvencionados económicamente por la CIA.

Por acá, por Europa, más remisa al engatusamiento de las sectas pentecostales, ha comenzado la labor de zapa de socavar conciencias analfabetas. Son los nuevos indígenas de la gran depresión moral del Occidente cristiano. Buenas y simples almas que habrán de reponder a la lisonja de la transformación material y espiritual de sus vidas. Sólo es cuestión de tiempo.

Parte de los gitanos del mercadillo semanal han puesto un "avangelista" en sus vidas. Te dan bolsas de plástico al comprar el producto con publicidad de la próxima llegada de Cristo o la versión de Jehová o el reino de los discípulos de Moon. El negocio de las sectas pentecostales pronto será anunciado por teleevangelistas. Será como el gran hermano de la conciencia del pensamiento único. Es el trabajo que Ronald Reagan comenzó para dejárselo por herencia a sus sucesores republicanos. No olvidemos que el Juicio Final de los milenaristas está escrito que acontecerá junto a los bíblicos ríos de la Mesopotamia que manan leche, miel y petróleo.