En mi cuaderno de artículos había anotado que hoy era la fecha de proclamación de la I República española en 1873. Sin embargo la situación internacional me obliga a modificar los planes y a tratar sobre la actitud de nuestro gobierno, cuyo presidente ha calificado la posición española como la más lógica y responsable, sus ministros le han secundado a la hora de descalificar a quienes se oponen a la política seguida por el ejecutivo, y Fraga, en la mejor tradición de los regímenes autoritarios, ha dicho que la política es para los políticos, con lo cual olvida cuál es el origen de su legitimidad.

Los historiadores sabemos que todas las guerras tienen en común la tragedia que dejan detrás; por ello, para tomar partido ante un conflicto, tenemos que partir de unas consideraciones éticas, necesarias sobre todo antes del inicio de la guerra. He comenzado por seguir el consejo de Antonio Machado en boca de Mairena cuando, al hablar sobre el concepto de poesía, sostiene que "en leer a Kant se gasta mucho menos fósforo que en descifrar tonterías sutiles y en desenredar marañas de conceptos ñoños". El filósofo alemán dijo en su Metafísica de las costumbres (1797) que la paz era un imperativo de la razón, también habla en dicho texto de la posibilidad de una guerra preventiva (ius praeventionis ), siempre que se dieran determinados supuestos, y que no son precisamente los que ahora se argumentan con respecto a Irak. No obstante he repasado para la ocasión su opúsculo La paz perpetua (1795), compuesto por dos partes, la primera con seis artículos "preliminares" y la segunda con tres "definitivos". Pero me detendré aquí en uno de los dos Apéndices, con el significativo título de Sobre la discrepancia entre la moral y la política respecto a la paz perpetua , donde plantea de qué manera se puede imponer en la dirección política de un Estado la voluntad común, y para ello ve una salida en elevar el derecho a la categoría de imprescindible, como límite a la política práctica, sólo así se armonizarían moral y política, y advierte: "Ahora bien, yo puedo concebir un político moral , es decir, un político que entiende los principios de la habilidad política de modo que puedan coexistir con la moral, pero no un moralista político , que se forje una moral útil a las conveniencias del hombre de Estado". Afirma que quienes pertenecen al segundo grupo, en su práctica política, actuarán de acuerdo con varios "principios sofísticos": Fac et excusa (actúa y justifícalo); si fecisti, nega (si has hecho algo, niégalo), y divide et impera (crea divisiones y vencerás). Máximas muy conocidas, con las cuales no se engaña a nadie, y quienes recurren a ellas "no se avergüenzan nunca por el juicio de la masa sino por el de otra potencia, y no es la publicidad de las máximas, sino su fracaso lo que puede ponerlas en vergüenza".

El valor de estas palabras reside en su universalidad y atemporalidad, aunque su referencia esté en la situación de Europa tras la firma de la paz de Basilea entre Francia y Prusia. Kant expresaba su deseo de que se estableciera una comunidad internacional basada sobre "la paz perpetua". En defensa de ese principio dice que se debe "hacer confesar a los falsos representantes de los poderosos de la tierra que no es el derecho lo que defienden, sino el poder". Al final concluye que la política no puede avanzar sin rendir pleitesía a la moral y al derecho, porque "el derecho de los hombres debe mantenerse como cosa sagrada, por grandes que sean los sacrificios del poder dominante". Así pues, el no a la guerra significa un no a la manera en que el gobierno español ha planteado la cuestión, amparado en que Estados Unidos no siente vergüenza ante ninguna otra potencia y en la desunión de Europa, gracias a Aznar y Blair. En términos kantianos es un no a los moralistas políticos que subordinan los principios a sus propios fines. Ferrater Mora escribió que Kant fue pacifista, antimilitarista y antipatriotero, y todo ello por convicción moral y no sólo política. Seamos kantianos.