Opinión

PEDRO SALINAS Y LOS MALES DEL PAIS

Don Pedro Salinas fue un gran poeta y una excelente persona al que sólo los defectos del carácter nacional y los encanecidos males del país sacaban de su pacífico asiento espiritual. Aunque ni Cadalso ni acaso tampoco Larra --pese a las apariencias en contrario-- figurasen entre sus autores predilectos, conocía bien que de ellos arrancaba --en los tiempos modernos-- la literatura crítica acerca de la personalidad moral de la nación española. Incluso en las indecisiones puntuales de la mocedad --tenía una vocación literaria "total", a semejanza de su admirado Víctor Hugo--, no aspiró a alinearse en dicha corriente, por lo demás, tan hispana y castiza. Conocía bien que en las generaciones anteriores a la suya, tanto en la del 98 como en la del 14, existían plumas muy dotadas para ensanchar --limpia y bellamente-- su caudal, y no quería que en la del 27 su persona aumentase el número de los grandes escritores moralistas nacidos desde la antigüedad en el solar ibérico.

De ahí --temperamento templado, bien que ni mucho menos conformista, atracción por otro campos y menesteres del ancho mundo de la literatura--, pues, que produzcan notable sorpresa en los lectores de sus cartas al amor de su madurez --la norteamericana Katherine Whitmore--, publicadas, especialmente, a los cincuenta años de la muerte del autor de La Voz a tí debida , --justamente inspirada y consagrada a su musa yanqui-- sus frecuentes y vitriólicas diatribas a los llamados por los regeneracionistas finiseculares "males de España", esto es, los vicios, desmañas y carencias de longue date de una convivencia plurisecular, a prueba de políticas reformistas y "cirujanos de hierro".

Hombre --moderadamente-- de izquierdas, creyó ilusionadamente por un momento que el régimen a cuyo advenimiento contribuyera con su inclusión en la "Agrupación al servicio de la República", señalaría uno de sus principales puntos de ruptura con el precedente descepando las plantas principales de las disfuncionalidades y hábitos perversos de instituciones e individuos. Dicho epistolario --centrado en lo que hace al periodo republicano en el bienio de 1932-34 (y, de este último, en su primer semestre) evidencia que, tal vez por el defraudamiento de unas esperanzas casi genesíacas,su desengaño no tuvo orillas. Sin residenciar en el nuevo régimen el origen de las excreencias y protuberancias de un Estado esclerótico y absurdamente burocratizado, la airada pluma del mejor epistológrafo del siglo XX hispano desgranará con arrebato toda suerte de adjetivos sensorios contra organismos y sujetos de una Administración tentacular que sólo tienen como norte entorpecer y desanimar a cualquier manifestación y energía creadoras. En medio de una torrencial cascada de percutientes metáforas, de imágenes de un inimitable vigor expresivo, el lector topará inopinadamente con imprecaciones bíblicas contra un país construido y organizado "para no trabajar", carente de un elemental sentido solidario, regido por gentes de medio pelaje, incompetentes y buscones. Falta de sus bases indispensables --rigor, verdadero patriotismo, primacía de lo general y comunitario--, la modernidad a que aspiraron los parteros intelectuales de la República quedaba aparcada una vez más en la vía muerte de la desidia y la incuria nacionales...

Diagnóstico severo y probablemente injusto, fruto, como se decía más atrás, de la esperanza casi cósmica depositada por los mejores espíritus de aquella hora de la historia española, tan llena de nobles proyectos y refulgentes ilusiones.

De todas formas, las hornadas juveniles, los hombres y mujeres que se aprestan --en un contexto formal y aparentemente distinto-- a responsabilizarse en el inmediato futuro de este viejo pueblo no perdería su preciado tiempo leyendo una prosa de calidad no inferior a la de los versos de El Contemplado , una de las cumbres de la poesía española de la edad contemporánea.

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