Najwa Nimri (Pamplona, 1972) siempre le han ido como anillo al dedo los papeles obsesivos. Y si algo distingue a Zulema, su personaje en Vis a vis, aparte de su imagen de cómic y sus modales de samurái, es su obsesión por escapar de la cárcel. En la nueva temporada seguirá intentándolo, aunque ahora el reto es más complicado: se enfrenta a un sistema carcelario más estricto y al poder que ejerce el clan de las chinas.

-Hubo quien pensó que ‘Vis a vis’ acababa en el último capítulo de la segunda temporada. ¿Fue su caso?

-Estaba entre las convencidas de su continuidad. No porque sospechara nada ni me hubieran adelantado ninguna información, sino por la manera tan insistente que tenía el público de pedir más episodios. Me ha sorprendido muchísimo. Pasaban los meses y la gente seguía dando la vara con nuestro regreso. Me lo pedían en las redes, me lo decían en la calle, les daba igual que anduviera liada con otros proyectos, ellos solo querían volver a saber de Zulema y del resto de internas. A veces, alarmada, llamaba a la productora y preguntaba: «¿Sabéis cuándo va a parar la peña de pedir esto?». Pero nadie me decía nada.

-Hasta que le confirmaron que sí, que habría nueva temporada. ¿Cómo recibió esa noticia?

-Me ilusionó mucho, ya que hacer Vis a vis es una de las mejores experiencias que vivido desde que me dedico a esto. Por mi personaje, que es muy potente, y por todo el equipo, desde las compañeras hasta los técnicos, los productores y los maquilladores. Se ha producido un efecto muy curioso en este lugar, nos queremos mucho, todo fluye entre nosotros, somos como una familia. Me daba miedo que se acabara este rodaje porque temía que ese día iba a sentir que tenía de golpe 80 años. Hacer Vis a vis es como tener continuamente 16 años. Lo vivimos todo con esa intensidad.

-¿Siempre ha pensado así sobre esta serie?

-Recuerdo el día que me hablaron por primera vez de Vis a vis. Me contaron: vas a ser la mala, y además una mala de origen árabe, y estarás encerrada en en una cárcel de mujeres. Pensé en todo lo que podía hacer con un personaje que partía de esa premisa y me sentí atraída. Luego me enseñaron el plató, me explicaron el planteamiento de la serie y me dije: ¡No me lo puedo creer, esto es una maravilla! Hay sitios donde siento que cuadro y otros en los que no, y aquí me vi desde el primer momento.

-¿Qué le atrajo de Zulema?

-Yo me muevo por ciertos parámetros que no son los habituales. Busco darle credibilidad a mi trabajo. No persigo fama ni otras cuestiones que me interesan menos. Con Zulema me sentí feliz desde el principio, porque me ofrecía muchas posibilidades para este objetivo. En mi primera escena, recuerdo que aparecía vendiendo a una chica, en plan proxeneta. ¡Tremendo! Para mí era importante contar que más allá de hacer el bien o el mal existe otra dimensión que normalmente no vemos en las personas. Y que quien ha nacido jodida y nunca ha encontrado nada bueno en su vida, como es el caso de Zulema, por lo general responde a otro tipo de impulsos. Esos impulsos son los que me interesan.

-¿Qué se puede sacar de ahí?

-Mucho, si se sabe hacer. Estoy muy agradecida a los guionistas porque me han ayudado a crecer con este personaje. Zulema tiene una claustrofobia interna enorme, una dureza muy estoica, pero debíamos ir ablandándola poco a poco para darle juego, y con el paso de los capítulos lo hemos logrado. Cuando empecé a ver que muchos seguidores de la serie empatizaban con ella en vez de repudiarla, sentí la responsabilidad de mostrar que tras su forma de actuar solo hay una necesidad muy humana de sentir el aire y el sol, de respirar. Su obsesión por escapar y conseguir la libertad se convirtió para mí en un reto a vida o muerte.

-¿Cómo lleva ser la mala?

-Tengo amigos actores que hicieron de malos en series y películas que me avisaron: vas a flipar al ver cómo te odian, la gente acabará tirándote pan por la calle. Me preparé para eso y no me importaba, estaba encantada de ser la odiada. Sin embargo, lo que luego recibí del público fue todo lo contrario.