En el 2004, solo cinco años después de que Tony Soprano derribara desde el mundo de la tele de pago lo que se había considerado hasta entonces los atributos morales que creaban un protagonista televisivo, el doctor Gregory House se empezó a colar en abierto en las pequeñas pantallas de todo el mundo.

Era cínico, brillante, misógino, adicto, cojo, misántropo y genial, pero su revolución, que ha creado incontables discípulos e imitadores, tenía fecha de caducidad. El pasado lunes, tras ocho temporadas, 177 horas de televisión, se emitió el último episodio de House , y quedan huérfanos los casi 82 millones de espectadores en 66 países que, según el Libro Guinness de los récords , han hecho de la creación de David Shore la serie más popular del mundo.

Para gustos personales queda el análisis del último capítulo, que en una vuelta de tuerca de uno de los mantras de House ("todo el mundo miente") se tituló Todo el mundo muere . No falta quien piensa que, pese a mantener un nivel de interés nada común entre productos televisivos de larga duración, la serie había entrado en barrena y el adiós era conveniente. Pero la mayoría de los críticos, como muchos espectadores, son conscientes de haber visto aparecer, vivir y decir adiós a un icono de la televisión, escondiendo tras la bata de médico un producto que, como ha dicho su creador, "estaba guiado no por la medicina, sino por decir la verdad".

Firmas como Mary McNamara, la analista de la televisión en Los Angeles Times , alaba --en el adiós al personaje libremente inspirado en el Sherlock Holmes de Sir Arthur Conan Doyle-- el hecho de que se marcha "tan impredecible e inclasificable, seductor y fascinante, como lo era cuando empezó ... con sus asombrosas facultades y fallos intactos tras ocho largas y a veces locas temporadas".

Mientras, en el AV Club, donde el crítico que ha seguido la serie nunca ha sido entusiasta y no cambió de parecer con el último episodio, sí reconoce el impresionante trabajo de Hugh Laurie. "Hizo un trabajo asombroso en el papel, manteniendo unidos guiones e inconsistencias de una forma que no habría conseguido un intérprete menor que él", se leía ayer.

Posiblemente nadie echará más de menos a House que el actor británico, sin el que no se entendería a un personaje que, según sus propias palabras, rompía esquemas. "Vivimos en un mundo donde la gente tiene miedo a ser vista realmente por lo que es, pero House veía y entendía", ha dicho Laurie.

En la promoción de la despedida, el también músico (ahora emprende una gira mundial con su banda Copperbottom) se ha entregado al análisis de todo lo que hacía atractivo al personaje, que inicialmente pensó que sería un secundario (al menos, cuando grabó la cinta para intentar lograr el papel en un baño de un hotel, mientras rodaba una película).

"Me siento inmensamente orgulloso de que la serie realmente trata sobre algo --le decía hace unos días a The New York Times el dos veces galardonado con Globos de Oro y otras dos por la Unión de Actores--. No es sobre persecuciones de coches, o vampiros, o sobre si dos modelos se irán a la cama. Es sobre ideas, emociones, filosofías, éticas y formas. De hecho, trata sobre algo". Laurie se resistía, quizá involuntariamente, a hablar en pasado. Pero ese es ya el terreno de su House.