Es por mucho más que por los cigarros encadenados y el consumo ingente de alcohol por lo que Mad men provoca a muchos adicción. Están su impecable estilo y su exquisita minuciosidad; su mirada oblicua a un sueño americano que hace aguas bajo la lustrosa superficie; un ritmo lento osado y que recompensa; su estudio tangencial de momentos históricos; los avatares de sus protagonistas; esos personajes...

Afortunadamente para los enganchados, termina el periodo de abstinencia forzosa al que llevaron complicadas negociaciones empresariales que estuvieron a punto de poner fin a la alianza entre el creador de la serie, Matthew Weiner, y la cadena AMC y el estudio que lo producen (una batalla donde se reveló, para indignación de Weiner, que su salario para tres años ascendía a 30 millones de dólares). Y un par de meses después de que uno de los productos icónicos de la nueva era de oro de la televisión --laureado con 15 Emmy y con premios de los gremios de guionistas, actores y productores-- regresara a la pequeña pantalla de EEUU (donde logró su récord de audiencia con 3,5 millones de espectadores), le llega el turno a España, en Canal+.

Mañana domingo (22.00 horas) se estrena una quinta temporada, la antepenúltima según los planes ya anunciados, que sigue alimentando un fenómeno que se deja sentir desde en la moda hasta en estudios académicos pasando por Barrio Sésamo o por mentes empresariales. Hay libros de cocina con recetas, una serie de lacas de uñas inspirada en Mad men, Mattel hizo versiones de sus muñecos similares a los personajes y en Nueva York unos jóvenes han montado una compañía que, por 150 dólares, ofrece una gira por bares donde beben los empleados de Sterling Cooper Draper Pryce.

Weiner, que se curtió en Los Soprano y, más que alérgico, es feroz guardián contra los spoilers, solo ha anticipado en términos generales (como acostumbra) las líneas maestras de estos 13 capítulos, que arrancan con la acción situada en junio de 1966. Y aunque cala en la temporada ese periodo de intensa ebullición y tensión social en EEUU (especialmente por el movimiento de los derechos civiles) y la serie da cabida a un tono más experimental y episodios de ensoñaciones acordes a una época de experimentación con drogas psicodélicas, Weiner aborda otras transformaciones.

"En el tercer capítulo alguien dice: "¿Cuándo va a volver todo a ser normal?" ¿Y quién no ha sentido eso en estos momentos?", ha declarado Weiner, poniendo la serie bajo el prisma de la crisis. "Me empiezo a dar cuenta de que todo sobre lo que escribo es sobre cambio, y creo que es porque vivimos en un tiempo de tremendos cambios y ya no puedes hacer como si no sucedieran. Quizá --prosiguió en su entrevista con The New York Times-- me parezco a Don y solo me gustan los principios de las cosas. Y en esta temporada hay mucho de pensar mucho en uno mismo. No es bonito ver la ambición y ver a la gente satisfaciéndose a sí misma, pero esa es la historia".

Obviamente, nadie mejor que Don Draper (John Hamm) cumpliendo los 40 y la joven Megan (Jessica Paré) --a la que pidió matrimonio en el final de la cuarta entrega--, para ser el catalizador de las reflexiones de Weiner. Y es que la temporada plantea también una mirada a cambios individuales: lo maduro frente a lo joven, quien empieza a adaptarse o rendirse frente a quien cree aún que todo es posible. Las relaciones personales y profesionales cambian.

A personajes ya conocidos como Joan (Christina Hendricks), Peggy (Elisabeth Moss), Betty (January Jones), Pete Campbell (Vincent Kartheiser) y Roger Sterling (John Slattery) se suma Ben Feldman, un nuevo y talentoso creativo. Cobra más importancia el personaje de Sally Draper (Kiernan Shipka), la hija de Don y Betty. Y entre todos tejen una serie que, como ellos, se hace mayor.

Aunque no tan dura como un ensayista en The New York Review of Books, que se atrevió a cuestionar Mad men como un globo inflado, Alessandra Stanley, crítica de televisión de The New York Times, ha escrito en este retorno que la serie se está haciendo "un poco vieja y culebrón". Aun así, Stanley está convencida de que "sigue siendo afilada e interesante de ver". Los millones de personas que se sientan frente a las pantallas, escriben en internet sobre cada episodio o lo cuelan entre sus temas de conversación le dan la razón.