Producción italiana, dirigida por la pareja (profesional y sentimental) compuesta por los belgas Felix Van Groeningen y Charlotte Vandermeersch, a partir de la novela homónima de Paolo Cognetti; galardonada en el Festival de Cannes 2022 con el Premio del Jurado y en la Seminci de Valladolid a la Mejor Fotografía, que firma Ruben Impens. Lo primero que llama la atención es la duración y el formato en que está filmada. Son 147 minutos, que no se hacen largos, y un formato cuadrado que puede chocar en principio. Si tenemos en cuenta que la naturaleza es un personaje más en la cinta, sin duda la estética depurada y la sensibilidad con que se ha captado la belleza paisajística de los escenarios naturales elegidos para la ocasión, habrá quien eche de menos unas composiciones menos encerradas, sin embargo, el ojo acaba acostumbrándose.
Por tanto, por un lado tenemos la excelente potencia visual de la cinta, y, de otro, nos encontramos con lo que se cuenta: una entrañable historia de amistad entre dos hombres, que conoceremos desde niños, a lo largo de toda una vida, con sucesivos paréntesis, con sus idas y venidas, pero siempre fortalecidos por ese vínculo que los unirá para toda la vida.
El resultado final se sostiene gracias a unas muy buenas interpretaciones de Luca Marinelli y Alessandro Borghi, así como los niños Lupo Barbiero y Cristiano Sassella -que representan los mismos personajes protagonistas en la infancia, cuando se conocen en las vacaciones de verano que la familia de uno de ellos decide realizar en una localidad perdida de la montaña-. Por tanto, un niño de ciudad conoce a otro que nunca ha salido del pueblo donde trabaja para su tío en labores agrícolas. La película es encantadora, posee una ternura inusual en lo que narra (con cierto abuso de la voz en off), fotografiada con increíble belleza, ilustrada musicalmente con las sugerentes canciones de Daniel Norgren, y mostrando la fascinación del lugar que enamorará al personaje como la crudeza en tiempos más fríos y duros, acordes con el relato.
