El abuso de poder y las agresiones sexuales que dieron lugar a lo que conocemos como el caso Harvey Weinstein (productor de Miramar, que aprovechándose de las vidas artísticas y laborales en las que podía intervenir conseguía poner entre la espada y la pared a las mujeres con las que tenía relaciones contractuales y de otro tipo, aunque luego las obligaba a firmar clausulas de confidencialidad y acuerdos para comprar su silencio después de abusar sexualmente de ellas) ya fue llevado a las tablas del teatro por el dramaturgo David Mamet en su obra Bitter Wheat (en español, Trigo sucio, protagonizada por Nancho Novo); sin embargo, la película que ha filmado la actriz, guionista y directora alemana María Schrader, con el guion escrito por la dramaturga Rebecca Lenkiewicz (Ida) basado en el libro que escribieron las protagonistas de esta historia, Jodi Kantor y Megan Twohey, las dos periodistas que llevaron a cabo la investigación que dejó desarmado a este poderoso productor ante la sociedad, es otra cosa.
La pieza teatral se inspiraba en la forma de proceder del abusador, mientras que esta película retrata cómo trabajaron estas dos periodistas, cada una con su vida y sus problemas, para poder armar ese artículo de investigación tan importante, cuando todo lo tenían en contra, que finalmente desencadenó el movimiento conocido como #Metoo. Más bien, estamos ante una cinta perteneciente al mismo género que Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976), Los archivos del Pentágono (Steven Spielberg, 2017), Spotlight (Tom McCarthey, 2015) y tantas otras producciones que plasmaban el abnegado trabajo periodístico que llevaban a cabo unos profesionales comprometidos con su profesión hasta límites insospechados.
El filme se deja ver con facilidad, pese a los 129 minutos de metraje y a que todos conocemos el final de la historia, gracias a la correcta realización y a un montaje adecuado; además, las magníficas interpretaciones de Carey Mulligan -que borda su papel-, así como su compañera de aventura Zoe Kazan, ambas a las órdenes de Patricia Clarkson en la redacción del New York Times, son fundamentales.
