El final de su adolescencia lo pasó Miguel Rasero (Doña Mencía, Córdoba, 1955) en Las Ramblas, epicentro de la contracultura barcelonesa. De entonces datan sus primeras aproximaciones, en tono surrealizante, al hecho pictórico. Por entonces Antoni Tàpies dominaba la escena plástica catalana, y bajo su influjo se gestó una hornada de pintores, como Broto o el grupo Trama. Se situaban en una pintura afirmativa, con vocación hegemónica, que colisionaba con el espíritu más libre de la joven generación de artistas a la que pertenecía Rasero. Él mismo siguió, por breve tiempo, la estela de los paradigmas establecidos, como el expresionismo abstracto promulgado por Clement Greenberg. Pero pronto entró en conflicto con la propia pintura, abandonando los grandes relatos para realizar un ejercicio de introspección radical; un encuentro consigo mismo.

La fascinación por los bodegones, argumento principal de esta exposición, surge en este momento de búsqueda privada, que coincide con el arranque de los años ochenta. Rasero alcanzará, a través de este género, un lenguaje más depurado y concreto. Las filiaciones de su pintura se amplían, dando cabida a los maestros del barroco español y al gran renovador de la pintura moderna, Cézanne. Pero sus medios son escasos, por lo que trabaja con materiales baratos que tenía a su disposición, como el papel o el cartón pintados, para luego empezar a teñir y encolar desarrollando una técnica mestiza de pigmento y collage.

En las décadas siguientes, la pintura de Miguel Rasero se contamina de otras influencias. Introduce motivos vegetales, que dan lugar a la serie “De vegetalibus”, y se inician nuevas series y temáticas como las inestables maderas, los funámbulos, ingrávidas redes, etcétera. En estas series, que en principio abordan otras cuestiones, usualmente se van colando bodegones. No emergen como una presencia rotunda, sino como trama secundaria o eco recurrente.

Finalmente, en la década de 2000, el artista restituye el bodegón como argumento central de su pintura, a través del homenaje a las vanguardias. El tríptico dedicado a Picasso, Braque y Gris anuncia el cubismo como la fuente principal de la que emana esta última revisión del género en la que Miguel Rasero estuvo inmerso hasta el principio del confinamiento. Desde entonces, Rasero viene trabajando en una nueva serie, de temática inédita, que será presentada en Barcelona en otoño de 2021.

Miguel Rasero nace en la provincia de Córdoba en 1955. Desde muy joven se traslada a vivir a la Ciudad Condal. Barcelona se convierte en su educadora artística, y tras un período de aprendizaje autodidacta el artista estudia y pasea por diferentes movimientos estéticos. Su obra se encuentra representada en importantes colecciones de arte de nuestro país, como el Museo de Arte Moderno de Barcelona, o las fundaciones La Caixa, Perramón, Vila Casas, Sorigué, Ernesto Ventós y Juan March. Igualmente, su obra forma parte de prestigiosas colecciones internacionales como Dove (Zúrich), Summer (Nueva York), Philippe Guimiot (Bruselas), Banca Rotschild (Zúrich) o Travelsted (Nueva York).

Recibió la Beca de Artes Plásticas de la Generalitat de Catalunya en 1982 y desde 1975 viene exponiendo regularmente en galerías nacionales e internacionales de Bruselas, Nueva York, Londres, Florencia y Madrid. Participó en Art Cake: Private Sammeln Gegenwartskunst en Zúrich en 1987, así como en las ediciones de 1985 y 1986 de FIAC París, One Man Show de ART Basel 1987, o diferentes ediciones de ARCO Madrid. En Córdoba, ha realizado exposiciones individuales en el Palacio de la Merced (2002) y sala Puertanueva (2009).