En 1967, cuando el veinteañero Paul McCartney escribió la letra de When I’m sixty four se imaginó como un abuelete de 64 años con tres nietos sobre el regazo («Vera, Chuck y Dave», fantaseó). Se quedó corto el beatle. Hoy tiene 77, se siente un chaval -lucha capilar y liftings mediante- y tiene ocho nietos de entre 21 y 9 años. Pensando en ellos -y a buen seguro que en un extra para la cena vegetariana de Navidad-, ha publicado un libro de cuentos, ¡Ey, súperabuelo! (en inglés, Hey Grandude!, que tiene más gracia por el guiño al clásico Hey Jude), editado por Bruño.

En el libro, el abuelo es un superhéroe geriátrico -«una especie de hippy retirado, con coleta», así lo definió el mito a la BBC-, poseedor de una brújula mágica que le orienta allá donde haya aventuras. A buena parte de sus nietos, seguramente, les haría más gracia que el yayo Macca les contara las propias y menos inocentes aventuras, como esa de tomar dimetiltriptamina y ver a Dios, o la «aparición» de Linda Eastman, la fallecida abuela de los chicos, en forma de «ardilla blanca».

Mientras, Mary y Stella McCartney, sus hijas y madres de los nietos, han procurado alejar a la camada de los flases, infructuosamente por cierto. Mary, la mayor, tiene dos de su primer marido, el productor de TV Alistair Donald -Arthur y Elliot-, y otro par -Sam y Sid- con el realizador Simon Aboud. El primogénito, Arthur, estudia artes en Yale (EEUU), ha hecho prácticas en la factoría de George Lucas y le gusta el fútbol, la comida italiana y las jovencitas como Ava Phillippe, la hija de Reese Witherspoon. De Elliot se sabe que llevó los anillos de la segunda boda de Mary en un coche teledirigido y poco más.

Camada de élite

Los otros cuatro nietos de McCartney -Miller, Bailey, Beckett y Reiley- proceden del estable matrimonio formado por Stella y Alasdhair Willis, exeditor de la revista Wallpaper y fundador de la firma de decoración Established & Son.

Los niños Willis cumplen todos los requisitos del código posh. Se crían entre el casoplón de Notting Hill y una mansión georgiana en la frontera entre Gloucestershire y Worcestershire. Han ido a parvulitos a la Wethervy School, el mismo centro al que Lady Di llevó a Guillermo y Enrique, y van a colegios privados en los que comparten tutorías con Claudia Schiffer y Elle McPherson. «El hecho de que mis hijos vayan a una escuela elegante me asusta», ha declarado la diseñadora, que fue educada en una escuela pública cerca de la finca familiar en Peasmarsh, en medio de la nada, para tocar de pies en la tierra.

Su preocupación no tiene gran recorrido, habida cuenta de que una de las niñas, Bailey, es de la pandi de Harper Beckham, a la que sus padres, por ejemplo, organizaron una fiesta de princesas en el mismísimo palacio de Buckingham, con Eugenia de York como animadora.

Pero el abuelo, que desde que se casó con Nancy Shevell vive en EEUU y los ve con poca frecuencia, no está para pedagogías. Cuando pasa por Londres los va a buscar al cole y les compra helados. Y en agosto y la semana después de Navidad los reúne a todos -los Hamptons suele ser el escenario de la modern family- y les consiente lo que haga falta. «Tengo un pequeño bote y salimos juntos al mar. Les gusta pasar el rato en la parte de atrás, zambullirse y pescar a veces», ha explicado el artista. ¿Qué pensarán del cuento?