Esta semana hemos vuelto a vivir un interesante caso de desinformación científica en los medios de comunicación. A bombo y platillo, muchos titulares anunciaban que «se ha descubierto el planeta enano más pequeño del Sistema Solar», o algo similar. Esto no es así, aunque en cierta forma se puede entender que mucha gente sí lo pensara. Es un nuevo caso de cómo una interesante noticia científica se modifica ligeramente (sea por los propios científicos, sea por los periodistas, o sea entre los dos grupos) para ser aún más atractiva y se termina cometiendo inexactitudes científicas y «confundiendo al personal».

Busquemos el contexto de la noticia. Al igual que se conocen las obras famosas de pintores, escritores, escultores, músicos y arquitectos, debería ser «cultura popular» tener unos conceptos básicos de lo que es nuestro Sistema Solar. En resumen, se trata de una estrella (el Sol) y de una miríada de cuerpos que se mueven a su alrededor. Los cuerpos más grandes se llaman «planetas»: conocemos ocho (cuatro terrestres: Mercurio, Venus, Tierra y Marte, y cuatro gaseosos: Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno), aunque hay indicios de que podría haber uno noveno en las partes externas del Sistema Solar. Además hay multitud de pequeños cuerpos. Los clasificamos en varios tipos: asteroides (la mayoría, pero no todos, entre las órbitas de Marte y Júpiter), cometas («bolas de nieve sucias» con órbitas elípticas), objetos transneptunianos (más allá de Neptuno), satélites (cuerpos que orbitan a otros objetos y no al sol) y los polémicos planetas enanos.

Es aquí donde hay que recordar que la clasificación de «planeta enano», que no gusta a muchos astrónomos, se creó en 2006 para ayudar a la mejor comprensión de nuestro sistema planetario (o eso creen los que la introdujeron). Para que un cuerpo sea clasificado como planeta se deben cumplir tres propiedades: que gire alrededor de una estrella, que sea esférico y que sea el único cuerpo importante dentro de su órbita. En 2006 ya se conocían varios cuerpos de masa parecida a Plutón en una órbita muy parecida, en particular Eris (la diosa de la discordia, nunca un nombre astronómico estuvo tan bien puesto). Por lo tanto Plutón cumplía dos de los requisitos de ser planeta (orbitar alrededor del Sol y ser esférico) pero no el tercero (no es el cuerpo dominante en su órbita). Para resolver el problema se decidió que aquellos cuerpos que, como Plutón, cumplieran sólo esas dos propiedades pero no la tercera se llamarían planetas enanos. Eris entró en la categoría de «planeta enano» de forma directa, al igual que lo hicieron Haumea y Makemake (también en las partes externas del Sistema Solar). A estos cuatro objetos transneptunianos se les unió el asteroide más grande: Ceres, que también cumple esas dos características pero no la tercera. Tenemos así los 5 planetas enanos oficiales que existen en el Sistema Solar: Ceres, Plutón, Eris, Haumea y Makemake.

¿Pueden existir más planetas enanos? Sin duda, muchos quizá. Los que están en las partes externas del Sistema Solar serían muy difíciles de localizar (e incluso una vez encontrados sería muy difícil saber si son esféricos, es el caso de Sedna o Quaoar), pero quizá algún asteroide grande podría entrar también dentro de esta categoría. Pero, ¿cómo saberlo? Incluso estando en el cinturón de asteroides (muchísimo más cerca que los fríos confines más allá de Neptuno) es muy difícil conocer el tamaño de estos objetos. Hasta ahora la única manera de hacerlo era conseguir que una nave espacial los visitara. En efecto, hasta la fecha sólo 12 cuerpos del cinturón de asteroides han sido estudiados de cerca por ingenios espaciales. Casi todos ellos son realmente pequeños (decenas de kilómetros, o incluso menos, de eje mayor) e irregulares. Las imágenes que proporcionó la nave Dawn de NASA de Vesta, el tercer asteroide más grande tras Ceres (950 kilómetros) y Palas (570 kilómetros), mostraban un cuerpo no esférico con un diámetro principal de 530 kilómetros, por tanto no puede ser clasificado como planeta enano.

Pero recientemente se ha abierto una nueva puerta al estudio de la forma de los asteroides: usando el instrumento SPHERE instalado en una de las unidades del «Telescopio Muy Grande» (Very Large Telescope) en el Observatorio de Cerro Paranal en Chile y propiedad del Observatorio Europeo Austral (ESO por sus siglas en inglés) se pueden conseguir unos datos que, al tratarlos, permiten reconstruir el tamaño de asteroides grandes.

Y esta es la noticia de la semana: usando SPHERE un grupo internacional de astrofísicos liderados por Pierre Vernazza, del Laboratorio de Astrofísica de Marsella, en Francia, ha medido la forma que tiene el asteroide Higía, el décimo en ser descubierto (lo hizo el astrónomo italiano Annibale de Gasparis en 1849) y el cuarto más grande. Los nuevos datos han permitido medir que el tamaño de Higía (su nombre proviene de la hija de Esculapio, la diosa de la limpieza y de la sanidad, de la que deriva la palabra «higiene») es de unos 430 kilómetros. Y, lo más sorprendente, es un cuerpo «casi» esférico. Podría ser así clasificado como planeta enano, dependiendo de «cómo de perfectos» seamos con la definición de «esférico». Pero «ni se ha descubierto ahora» (se conoce desde 1849) ni aún se ha confirmado por la Unión Astronómica Internacional que realmente sea un planeta enano. Y sería realmente curioso que Higía fuese un planeta enano mientras que objetos más grandes como Vesta o Palas no lo fueran.

Mucho más interesante que la polémica sobre si es o no un planeta enano es su naturaleza. Higía es un cuerpo grande del que se saben han surgido miles (clasificados unos 7000) asteroides como consecuencia de choques y colisiones entre objetos del cinturón de asteroides durante los últimos miles de millones de años. Esto se sabe por su composición química y por las órbitas que poseen. Los investigadores esperaban encontrar, entonces, un gran cráter de impacto en Higía. Pero no hay ni rastro de él en las imágenes. Para intentar esclarecer un poco esta contradicción el equipo de investigación realizó simulaciones numéricas con ordenador, encontrando que tanto la forma esférica de Higía como la gran familia de asteroides que surge de ella son, probablemente, el resultado de una gran colisión frontal con un objeto de entre 75 y 150 kilómetros acaecida hace unos 2000 millones de años. Esta colisión destruyó casi por completo el cuerpo principal. Pero una gran parte de los trozos se fueron uniendo poco a poco hasta constituir el asteroide Higía que observamos hoy día.

Esta investigación es un nuevo ejemplo de la importancia, cada vez más evidente, de hacer coincidir observaciones detalladas con instrumentos de última generación con potentes cálculos numéricos que permiten investigar las propiedades físicas de los objetos astronómicos a estudiar. De igual manera evidencia la necesidad imperiosa de que científicos, divulgadores científicos y periodistas trabajen de forma más unida y seria para definir de forma correcta los sorprendentes descubrimientos que, semana a semana, vamos arrancando a la Naturaleza, y que, en mi modesta opinión, no necesitan de adornos ‘extra’ para venderse mejor al público..