Antonio Jurado Navarro vive en Espejo, su pueblo natal, allí nació el 23 de septiembre de 1920. Me recibió en su casa y tuve el placer de conversar con una persona cuya juventud fue una dura historia, repleta de trágicos sucesos. En la actualidad, los avatares del tiempo le han producido ceguera y su oído no tiene la agudeza de años atrás.

Me comentó que fue alumno del maestro racionalista Clodoaldo Gracias, en las escuelas de La Sociedad, en el Centro Obrero de Espejo, pero que con siete años lo dejó para dedicarse a las faenas del campo. Cuando estalló la guerra civil, se encontraba en la zona denominada Pozo de los Olivares, cerca de la carretera de Castro del Río, allí guardaba el ganado de la familia; según sus palabras, 17 marranos y 26 cabras. Un atardecer de julio de 1936, aparecieron en el campo grupos con escopetas y, sin venir a cuento, le dispararon, aunque no llegaron a alcanzarle; siempre según su narración, en el grupo se encontraban el colorín y el ratonero.

Tras el incidente, su padre le ordenó que recogiera a los animales porque había estallado «la revolución». Antonio me explicó que desde una avioneta lanzaban octavillas propagandísticas para persuadir a los vecinos de las posibles consecuencias si colaboraban con el bando republicano. Me dijo que se acordaba a sus 98 años de lo que leyó cuando era un chaval: «Al ejército salvador de España que se acerca a vosotros, no le opongáis resistencia: será inútil, pagarán vuestras casas y familias». En septiembre de 1936, cuando las tropas nacionales estaban a punto de tomar su pueblo, huyó junto a sus padres y hermanos. Acababa de cumplir dieciséis años y comenzaba una larga odisea fuera de su tierra natal.

UNA LARGA ODISEA

El destino llevó a la familia primero a Bujalance y más tarde a Villa del Río. Fue en esta población donde reencontró a sus cabras y, tras atestiguar un vecino la propiedad de los animales, se las devolvieron. Las vendieron en el mismo pueblo, y de esta forma consiguieron un dinero necesario para seguir una trayectoria desconocida hacia un lugar de acogida. Llegaron a Andújar, allí la familia pernoctó durante un mes, para más tarde instalarse en Sabiote (Jaén) a ocho kilómetros de Úbeda. Por la mañana trabajaba en el campo y por la tarde retomaba sus estudios en una escuela nocturna. Se registró en el Ayuntamiento con un año más, trabajaba igual que los de 18 y le pagaban menos jornal. Un decreto del gobierno de la República ordenó a los ayuntamientos facilitar la relación de los mozos con edades comprendidas entre los 18 y los 45 años que no tuvieran deficiencias, tanto físicas como síquicas. De esta forma, a consecuencia de su pequeña mentira, fue alistado para defender los ideales republicanos el 22 de diciembre de 1937 (en la quinta del biberón).

Junto con otros reclutas, fue trasladado a Almagro y allí estuvo doce días; transcurrido dicho tiempo, viajó en tren hasta Vinaroz (Castellón). Allí convivió unos meses con sus compañeros de filas, desconociendo lo que el futuro les tenía destinado. El avance de las tropas de Franco empujó a los republicanos hacia Cataluña y Aragón. En julio de 1938, comenzó uno de los enfrentamientos más sangrientos de la guerra civil española, la batalla del Ebro, que a la postre, resultó decisiva en la contienda, ya que inclinó la guerra hacia el bando nacional. Antonio perteneció al batallón auxiliar de obras y fortificaciones, batallón que una vez abandonado el Levante se instaló en los pueblos de Tivissa y Falset, en la provincia de Tarragona. Allí se encontraba cuando en junio de 1938 comenzó el combate más encarnizado del conflicto; allí conoció por primera vez el ruido despiadado de los bombardeos y el horror al contemplar la muerte. En septiembre de 1938, su batallón llegó a orillas del Ebro y cruzó el río entre las poblaciones de Corbera y Gandesa. Recuerda que en la zona republicana existía mucho ánimo, pero poco armamento y munición.

No olvida el 23 de septiembre, día de su 18 cumpleaños, ya que fueron bombardeados insistentemente por la artillería franquista y por las aviaciones alemana e italiana: «Nunca en mi vida había oído silbar y cruzar tan cerca de mi cabeza tanto proyectil y nunca había escuchado tantas explosiones alrededor. Los aviones y las baterías enemigas nos cosían a balazos». La misión de Antonio en el frente no fue la de combatir campo a través, sino la de facilitar a sus compañeros el avance y la defensa. Su batallón abría trincheras, construía refugios con sacos de arena y nidos de ametralladoras. Una vez se vieron perdidos, comenzó la retirada. Junto a otros compañeros abandonó Mora del Ebro y cruzó el río por Tortosa.

EL DURO EXILIO

Una vez alejados del frente, dio comienzo un nuevo capítulo para las tropas vencidas. Parte del ejército republicano comenzó un largo exilio, tras atravesar los Pirineos catalanes. Antonio fue uno de los 475.000 españoles que cruzaron la frontera francesa los primeros meses de 1939, con una manta y un tabardo por equipaje. Me comentó que el agotamiento, el hambre y el intenso frío eran tales que se dormía caminando y que cualquier rincón era confortable para realizar una parada; cuando tenías que seguir, las piernas flaqueaban. En tierras francesas no fueron recibidos como héroes, fueron los refugiados incómodos de las alambradas de espino. Los gendarmes franceses preguntaban si pertenecías al bando sublevado o al republicano y eran separados en diferentes espacios, según el ejército del que provenían.

A Antonio lo trasladaron al campo de concentración de Le Barcarés, construido en la arena; allí los alimentos escaseaban y dormían en el suelo, agrupados como animales. Más tarde, los destinaron a St. Cyprien, del que tiene mejor recuerdo, allí existían barracones y les daban de comer todos los días.

VUELTA A ESPAÑA

Concluida la guerra civil, y tras cinco meses de reclusión en Francia, le preguntaron: «En caso de no poder regresar a la España republicana, ¿dónde prefiere marchar?» Contestó que quería volver a su país, que no se consideraba traidor a nada ni a nadie. Fue entregado a las autoridades españolas en Figueras y recluido en dependencias policiales cerca de Barcelona. Allí fue retenido 27 días, hasta que se aclarara su participación en la contienda. Transcurrido dicho tiempo, fue llevado a una oficina en la Diagonal nº 484, donde le entregaron una documentación para que volviera a su pueblo.

Sin embargo, la guerra no había concluido para Antonio. Lo citaron para presentarse en Lucena y lo alistaron forzoso al batallón de trabajadores. Diez meses y diecisiete días estuvo en Rentería en la construcción de una carretera. Al pertenecer a la quinta de 1941, fue de nuevo reclutado. Primero en Torremolinos (Málaga) 17 meses y, más tarde, 13 meses en Cotillo en la isla de Fuenteventura. En Las Canarias no lo pasó del todo mal, ya que era responsable del único teléfono de la zona y ganó unas pesetillas con las conferencias. Además, le gustaban los bailes del domingo y las apuestas con sus compañeros; apostaban si sería capaz de sacar a una buena moza a bailar. Fue una de las pocas veces que en mi presencia sonrió. Terminó el servicio militar en Bétera (Valencia), allí se licenció tras estar en tierras levantinas otros 16 meses. Al final, tras tres años y medio de pertenecer al ejército, volvió a su pueblo y pudo casarse con Clara Velasco Jiménez. No tuvieron hijos.

La Junta de Andalucía, como símbolo de la recuperación de la memoria histórica, reconoció con un diploma recientemente a Antonio su entrega en defensa de la libertad y la democracia en los años de la guerra civil y la represión. También recibió una compensación económica de 2.640 euros, como retribución por los trabajos realizados en la construcción de una carretera en Rentería.