Está claro que tras las mujeres la segunda gran pasión del genio malagueño fueron los toros, como él mismo le contaría al joven periodista Antonio D. Olano en Picasso íntimo, Las mujeres de Picasso y Picasso y los Toros (en realidad verdaderas autobiografías) o al mismísimo Luis Miguel Dominguín en Toros y toreros. Pasión que se apoderó de él ya desde aquella primera corrida a la que le llevó su padre en su Málaga natal.

Pero, antes no quiero que se me queden en el tintero dos anécdotas que recogí nada más leer su primera biografía.

Cuentan que un día, estando reunido con sus amigos de la banda de Picasso (así se les conocía en París) y discutiendo sobre el ser de los europeos, el rebelde Apollinaire le preguntó: «¿Y los españoles?, ¿cómo son los españoles o qué son para ti, querido Pablo?» y el más rebelde aún (eran los años del hambre) le respondió muy serio: «Español es aquel que por las mañanas va a misa, al mediodía come paella o cocido, por la tarde va a los toros y por la noche, al burdel»... y la risa sacudió a los presentes (entre los que ya se encontraba Fernande, su primer amor).

Otro día, muchos años después y cuando ya era un hombre rico, el ministro Malraux le ofreció la nacionalidad francesa a cambio de nada y el ya consagrado genio le respondió: «Señor Ministro, le voy a decir algo que quiero que oigan todos. Yo nací en Málaga, Andalucía, y por malagueño me tengo. Luego aprendí a pintar en la Coruña, Barcelona y Madrid y en París y Francia acabé siendo Picasso...O sea, que bien puedo decir que mi cuna está en Málaga y mi cama en Paris... pero por encima de Andalucía, de Galicia, de Cataluña y de Madrid soy español y español seré mientras viva y hasta después de la muerte».

Dicho esto vayamos a los toros.

--Maestro, dicen sus críticos que usted no va a las corridas porque le gusten los toros, que usted va por el aplauso de las masas ¿qué hay de verdad en ello? (le pregunta el periodista en la primera sesión de trabajo para Picasso y los Toros).

--Vamos a ver, mi querido Olano, antes de contestarte a eso voy a decirte algo serio: la próxima vez que me llames ‘maestro’ te mando para España en mi paloma y no vuelves a pisar esta casa. Cuándo te vas a enterar que yo no soy maestro de nada ni de nadie, que yo soy anarquista. Un maestro tiene ideas y normas fijas y por eso enseña, yo tengo una idea a las 10 y a las 11 ya tengo otra totalmente distinta, yo quiero seguir una norma, una pauta, cuando comienzo un cuadro y antes de terminarlo ya tengo otra y tengo que deshacer lo que llevo hecho ¿tú crees que así se puede enseñar ni ser Maestro de algo?... Yo soy Pablo, simplemente Pablo, Pablo Picasso. Y ahora contesto tu pregunta. Verás, cuando se va a los toros por primera vez, y yo fui a los 7 años, se va porque alguien te ha ilusionado, como es mi caso, yo fui ilusionado, pero obligado por mi padre y mi tío, que eran grandes aficionados... ja,ja,ja ¿sabes la condición que me puso mi tío?... Pablo, --me dijo-- si quieres ir con nosotros a los toros, y vas a tener que ir quieras o no, bonito es tu padre, antes tienes que ir a misa...y a misa me fui, claro. Te decía, la primera vez vas sin saber lo que vas ver, pero la segunda, la tercera y ya todas las demás vas porque aquello te gusta. Es verdad que en mi caso coincidieron dos cosas desde el principio: Una, que desde que entré en la plaza y vi el jolgorio de la muchedumbre me quedé impresionado, como al salir el primer toro, me di cuenta que aquello era como una modelo, las modelos que mi padre utilizaba para sus obras. Y eso serían para mí siempre los toros, una modelo de la que copiar la fuerza y el movimiento (salida de chiqueros y arranque en sus embestidas del animal), la belleza y la agilidad etérea (capote desplegado y figureo del banderillero), la dignidad humilde (el choque brutal contra los caballos), los colores (el amarillo del albero y la sangre del toro, rojo y gualda como la bandera de España), la brega de los peones (lo más parecido al servilismo de la clase trabajadora), el miedo encubierto (el del matador al tomar la espada de verdad), el erotismo (al citar el maestro de frente y al rozar con sus partes el cuerpo del animal hasta manchar el traje de luces con la sangre de la fiera), el canto de alegría de los ojos (si ha cortado orejas o rabo) o la tristeza del fracaso (en esos tristes momentos siempre recordé a mi amigo Casagemes, abandonado por su amor), o el orgasmo de cuspis (la hora de matar). Dos, que como espectáculo no hay otro que se le iguale. Te aseguro que aquella misma noche llené un cuaderno con mis primeros dibujos taurinos.

--Sí, Pablo, pero no me negarás que luego, en cuanto llegaste a París te olvidaste de los toros.

--Eso ni hablar, y te lo podría demostrar fácilmente si estuviéramos en París (ese día estábamos en Notre Dame de Vie, la casa palacio de Mougins), porque he tenido la curiosidad de guardar todas las entradas de las corridas a las que fui. Así a bote pronto puedo recordar la de Madrid de 1903, fue en la Plaza de Tetuán de las Victorias (sí, ya sé, luego desapareció cuando la Guerra) y torearon Bombita y Machaquito. Es gracioso, por aquellos años, que ya vivíamos en Barcelona, los veranos nos íbamos a Málaga toda la familia, aunque mi padre y yo nos quedábamos dos días solos en Madrid con el pretexto de estudiar a los grandes pintores del Prado, cosa que era verdad, pero eso era por la mañana, por la tarde ¡a los toros!... También en Barcelona fui, cada vez que podía o regresaba de Paris, aunque todavía no se había construido la Monumental. Yo iba a la Plaza de las Arenas, por cierto que allí vi morir de una gran cornada en la ingle a Domingo del Campo, Dominguín, el primero de la saga de los Dominguín. Fue el 7 de octubre de 1900,tenía yo 19 años y todavía no era nadie. Sí, pero es verdad, que a partir de 1904,cuando ya me establecí en Paris y me sumergí en el mundo de la pintura los toros pasaron a un segundo plano en mi vida

--¿Y cuándo volviste al mundo del toro?

--Muchos años después, ya en 1918. Sucedió cuando me volví loco con la rusa y estaba en Italia con los Ballets. Olga se empeñó en que la llevara un día a los toros y yo, enamorado como estaba, aproveché unos días de descanso que tenían las bailarinas para, a escondidas, plantarme en Madrid. Por los periódicos sabía que habían surgido dos figuras que estaban revolucionando el toreo, Joselito El Gallo y Juan Belmonte y tenía interés en verlos y los vi. A Joselito en Aranjuez y a Belmonte en Madrid...y sí, me volví a Roma convencido de que los toros eran, ciertamente, un Arte, más arte, incluso, que la Pintura...y una montaña de dibujos, más de 10 cuadernos. Pero, 3 años después volvimos. Fue cuando nos casamos, en 1921, y quise que Olga conociera a mi familia de Barcelona y de Málaga. En Barcelona fuimos a una corrida, ya en la Monumental, en la que toreaban un tal Mariano Montes y Fausto Barajas y en Málaga a dos. Pero, ya está bien por hoy. Ahora vamos a meterle el diente a los percebes y a las quisquillas que te has traído de nuestra Galicia. (Aquí tengo que aclarar que lo de los percebes se había ya convertido en una rutina: «Ya sabes, mi galleguiño, si traes percebes entras si no te quedas en la puerta»).