A los que dudan de la pasión taurina de Picasso les quiero recordar hoy algunos detalles evidentes: 1. Que el primer cuadro que pintó a los 7 años, y que mantendría a su lado hasta la muerte, fue El picador amarillo. 2. Que los primeros dibujos que vendió en París por 100 dólares fueron con motivos taurinos (tan sólo 10 años más tarde se recomprarían en 10.000). 3. Que la figura central de su famoso Guernica es el toro. Y 4 que el último dibujo que hizo en un plato dedicado a Jacquelíne, su última mujer, fue un banderillero… y el toro aparece en más de 200 de sus obras. Esa explosión de su pasión por los toros se produjo en los últimos 15 años de su vida. En 1961, con motivo de su 80 aniversario, recogió en su libro Toros y Toreros (con textos de Luis Miguel Dominguín) 128 dibujos, agrupados en 4 cuadernos. Del libro se hicieron sólo 200 ejemplares y numerados. Por su interés reproducimos algunas frases del texto de Luis Miguel Dominguín:

«Pablo es un hombre muy difícil, como todo lo sencillo, como todo lo real. Resulta muy difícil incluso saber cómo es, saber cómo son sus reacciones, aunque estoy seguro de que todas ellas son humanas, en el sentido que lo humano tiene de bueno.

Ayer me llamó Pablo desde Cannes. Anteriormente me había dicho que le gustaría que escribiese algo para un libro suyo que se iba a publicar. Sobre este tema hablé con él, pero, como tiempo atrás, no conseguí saber de qué trataba el libro, ni qué es lo que quería que yo hiciese. Le pregunté si era un prólogo, un texto, un comentario, si tenía que hablar de pintura, de toros o de la estrella polar. Me contestó que cualquiera de esos temas podría servir, que hiciese un prologo o un texto, o que escribiese un rato hasta que me cansara, que lo que hiciera estaría bien hecho. (Yo más bien creo que Pablo sabe que yo no sé escribir un prólogo, ni un texto ni quizá la diferencia que existe entre una cosa y otra).

—¿Lo vas a hacer, verdad? Si no lo vas a hacer, dímelo. Es que el libro ya está hecho y sólo esperamos esto.

—Te lo hago - contesté.

—Bueno, entonces me lo mandarás en seguida. Esta misma noche, ¿no?

Insistí: Pablo, yo no entiendo de pinturas ni sé escribir; por lo menos me gustaría ver el libro para darme una idea…

—No tiene nada que ver - contestó - el libro es de cosas de las que yo hago y tú lo que tienes que hacer es escribir…

Comprenderán que con estos razonamientos tuve que desistir de enterarme de lo que Pablo quería que hiciera y lanzarme a un ruedo para mi desconocido (y lo hizo gracias a un negro llamado Antonio D. Olano)

Confieso que apenas si sé distinguir el negro del blanco, o el rojo del azul; pero ahora que lo pienso, hay un color que sí conozco: el rosa. El rosa picassiano. Y, pensándolo mejor, digo que Pablo es rosa. Rosa con la tragedia del negro y la fuerza del rojo y más puro que el blanco. Así es para mí y desarrollado en masas repletas de ternura y gracia. Un día le pregunté:

—¿Por qué no me explicas algo de pintura, algo que me oriente?...

Y me contestó: Alguna vez sin que nadie te diga nada, sentirás que lo has aprendido. Mientras tanto, de nada te sirve lo que yo te pueda decir.

No es la prisa lo que más me puede ayudar a hacer esto. Pero Pablo lleva 79 años haciendo de prisa todo lo que hace; de prisa sin precipitación; y sin esa precipitación él se ha adelantado tanto, que mucha gente no le entiende.

También es verdad que otro día fue él quien me preguntó: ¿Por qué toreas, Luis Miguel? Y yo no supe contestarle, pero sí preguntarle a mi vez: ¿y tú por qué pintas, Pablo? Y tampoco supo qué contestar…

Muchos pintores han estado ligados al mundo de la tauromaquia, cuando su personaje, su torero escogido, les ofrecía algún interés humano. El primero, sin duda, Goya con Pedro Romero, como demostró también en sus grabados sobre los toros. Bien recientes son los ejemplos de Zuloaga y Solana, el del Carnaval Sangriento, el de las máscaras humanizadas, que siempre se sintieron ligados a los toreros. Y nos ponemos ya ante esa potencia universal, ante Picasso que se ha definido como un taurómaco impenitente y que, debido a ello, ha de ver cubierto quizás el más mínimo, tal vez el más insignificante capítulo de su biografía con la mistad que nos une… También en el mundo de los toreros se ha hablado mucho del duende (caballo de batalla de Federico García Lorca.) El duende no se explica fácilmente, es un escalofrío, dicen unos, es un aquel, es lo que se tiene o no se tiene nunca, dicen otros; puede que sea un manantial del arte porque yo he llegado a darme cuenta de que todo lo importante es lo que no tiene una exacta definición. Cuando estamos ante una persona o una obra que tiene duende no hacen falta las explicaciones, no hace falta ser técnico para entender rápidamente, intuitivamente, que la persona o la cosa que está ante nosotros tiene duende. Me he sentido prendido de ese sobresalto que nos pone en sobre aviso de que nos encontramos ante algo importante, cada vez que he visto a Picasso o alguna de sus obras. No es disculpar mi falta de preparación ante un tema tan complejo y tan difícil como es para mí el de la pintura, pero, con la pintura que sale del brazo de Picasso, de sus manos incansables y siempre en tarea, comprendí mejor el carácter, la tremenda humanidad de Pablo. Hay que adivinarle en su quehacer diario, en su obra, en su comportamiento, a lo largo del tiempo o renunciar a comprenderlo. Lo mismo que el torero grande se da a conocer por la forma de dominar al toro, mostrando a los espectadores las condiciones de este, así, recíprocamente, conocemos a Picasso y a sus personajes por la sicología de estos, plasmada en el lienzo del artista.»