Fue el homenaje más grande del siglo. Fue el acontecimiento más sonado del año en Europa (más incluso que la caída de Hitler). Fue el aniversario más festejado de la Historia (tanto que el propio personaje agasajado diría: «Esto más que mi 80 aniversario ha sido mi centenario»). Fue el aplauso general de la renovada Francia del general De Gaulle... y todo gracias al póker que había organizado el evento, Medalla de oro por su éxito: Jacqueline, el último gran amor y segunda esposa legal, tras la muerte de la rusa Olga Khoklova, la compañera que le hizo feliz los últimos 20 años de su vida, la celosa guardiana del Minotauro y acabó cerrándole los ojos; Jaume Sabartés, el pintor amigo de los años del hambre (Época azul) y secretario fiel hasta el final; Jean Cocteau, el gran poeta y amigo siempre y Luis Miguel Dominguín, el torero que le conquistó el alma y le devolvió su fe taurina. Sí, ellos cuatro fueron los ideadores y encargados de organizar el gran cumpleaños del malagueño y español Pablo Picasso. Naturalmente con la supervisión del monstruo, que se volcó en los detalles, desde la confección de los carteles de la corrida de toros que se organizó y los colores dominantes de la plaza, pasando por los trajes de luces de los toreros, los adornos de los banderilleros y las banderillas hasta la vajilla del comilón que se dio a los invitados más famosos que llegaron de todo el mundo (de todo ello se hablará después, aunque adelanto que me ha sido imposible encontrar un solo cartel, tal vez por no haber podido consultar el enorme museo personal --me dicen-- que Mario Conde ha conseguido reunir en su casa sobre Picasso.)

Sucedió el miércoles 25 de octubre de 1961, el día que Picasso cumplía los 80 años de edad (nació ese día de 1881), entre Arles y Vallauris, dos de los lugares más emblemáticos en la biografía del malagueño.

Pero, a partir de este momento me van a permitir que rehaga en forma de entrevista periodística parte de Picasso y los toros, la obra póstuma de mi amigo y compañero de Pueblo y El Imparcial Antonio D. Olano.

—Bien, querido Antonio, háblame de aquel gran homenaje de 1961.

—Grande no, grandísimo, increíble, y te lo digo yo, que entre otros acontecimientos que ya había vivido, estuve en La Habana el día de la victoria de Fidel y luego con mi amigo el Ché... pero, antes quiero hablarte de la importancia que tuvo aquel año para Pablo, pues no sólo fue su cumpleaños. Verás, en Marzo se casó legalmente ¡por fin! con Jacqueline, aunque ya llevaban viviendo juntos ocho años. En junio le entregaron Notre Dame de Vie, el palacio de Mougins que sería su morada definitiva, pues allí moriría 12 años más tarde. En julio acuerda hacer un libro especial con Luis Miguel Dominguín, se llamó Toros y Toreros y se editó en diciembre. En octubre recibe editado el largo poema que le dedica Pablo Neruda con motivo del aniversario y se publica el libro de André Villers, su fotógrafo particular, una verdadera joya fotográfica. En noviembre tiene la primera reunión con Luis Miguel y el arquitecto Bonet Castellana para estudiar el proyecto que tiene en la cabeza de construir una plaza de toros cubierta que «sea como un matrimonio --según él-- entre el arte y el mundo del toro». Claro que también le sucedieron dos cosas que le amargarían el año: la sentencia que le gana en los tribunales Francoise Guillot por la publicación de su libro Mi vida con Picasso y la maldita operación que le dejó impotente de por vida.

—Vale. Pero vete al grano. El homenaje.

—Está bien. Vamos con el homenaje. La jornada comenzó muy temprano, cuando las campanas de las iglesias de Arles, que por cierto había amanecido engalanada con banderines impresos con la paloma de la paz picassiana, repicaron con la alegría de la resurrección y una mascletá a la valenciana que despertó hasta las piedras. Después las calles se llenaron a rebosar para vivir el encierro a imitación de los sanfermines con los toros que iban a ser lidiados en la corrida del siglo, porque el cartel no era para menos: Luis Miguel Dominguín, Domingo Ortega, Antonio Bienvenida, César Girón y Pierre Schull, el francés. 5 figuras a las 5 de la tarde… y el Sol de Austerlitz

—Jó, macho, ¿y eso? ¿cinco espadas?

—Sí, ya te digo, fue una corrida muy especial, así lo habían decidido los organizadores. Cada figura sólo torearía un toro... aunque habría una vaquilla de regalo... sí, sí, una vaquilla que torearía el propio Picasso.

—No me digas ¿Picasso? ¿y toreó?

—Nooooo, al final se echó atrás, aunque bajó a la arena con chaquetilla y montera y al alimón con Jacqueline le dio unos cuantos pases, entre los alaridos festivos de los miles de aficionados que llenaban los tendidos.

—¿Y cómo fue la corrida?

—Inenarrable. Primero por la decoración de la plaza, ideado todo por el genio malagueño. En una mitad dominaban los colores de la bandera española y en la otra, los de la francesa. En las columnas fotos o grabados de los toreros españoles más famosos, desde Joselito el Gallo a Manolete, pasando por Belmonte, Marcial Lalanda, Pepe Hillo, Cagancho, el Papa Negro, Lagartijo, Cuchares, Pedro Romero, Pepe Luis Vázquez y etc, etc. ¡Ah!, y no te olvides de los trajes de los espadas, los cinco ideados e ilustrados de puño y letra por el genio del cubismo, ni a Françoise montada a caballo y pidiendo las llaves de la Plaza.

—¿Y cómo terminó la jornada?

—Apoteósico, no te lo puedes imaginar. Porque la cena que ofreció el monstruo en las diez enormes carpas que se levantaron en torno a su casa de Vallauris fue, ciertamente, monstruosa. Casi mil invitados y famosos de todo el mundo. Y te cito algunos, aunque si quieres te puedo dar la lista completa: Jean Paul Sartre, Simone de Beavoir, Neruda, Miró, Buñuel, Sofía Loren, Ingrid Bergman, Braque, Alberti, Stravinski, Rosellini, Luis Cernuda, Falla, Victoria de Sica, Fellini, Marc Chagall, Brigitte Bardot, Serrano Súñer (que le ofreció en nombre de Franco el regreso a su España, con todos los honores y la puerta grande), Dionisio Ridruejo, Antonio Tovar, Jean Cocteau, María Teresa León, Orson Welles, Sara Montiel, Anthony Mann, Charles Chaplin, Vázquez Díaz, Sánchez Cantón (en ese momento Director del Museo del Prado), Manolo Súnmers, Henry de Montherlant, Gina Lollobrígida, Marcelo Mastroianni, Ingmar Bergman, Pilar Miró, Dámaso Alonso, José María Pemán, Carlos Saura, la Pasionaria, Jaume Sabartes...

—Vale, vale.

—No, no vale. Déjame que te diga, al menos, que allí estuvieron también algunas de sus ex, Francoise Gillot, María Teresa Walters, Genevieve Laporte y Dora Maar y sus cuatro hijos, Paulo, Maya, Claudio y Paloma... y dos detalles emotivos, que el ministro de Cultura de Francia, André Malraux, aprovechó el brindis del cumpleaños para ofrecerle una vez más la nacionalidad francesa y que Pablo Neruda le recitó en plena cena el poema que había escrito para él: Toros.