Lo siento, pero también para hablar de toros no hay más remedio que leer a nuestro gran Don José Ortega y Gasset, porque tanto en su obra El arte del toreo como en La caza y los toros y otros artículos publicados en El Sol, está todo lo que hay que saber sobre el arte de la tauromaquia… y como vamos a hablar de Joselito, el más grande de todos los toreros, me complace reproducir las palabras que el filósofo dedica a algo tan sencillo como es la interrogante popular en cualquier tertulia taurina: ¿El torero nace o se hace? Según Ortega: «Lo que queda claro y patente es que se torea como se es, porque el buen toreo -como en cualquier disciplina artística- surge desde el corazón y en la profundidad del alma está quiénes somos, qué sentimos y cómo expresarnos. Si el torero nace y no se hace es porque hay privilegiados que saben cómo expresar esos sentimientos y transmitirlos de forma natural a los espectadores. Si bien es cierto, la técnica, es decir, la praxis (la práctica), es necesaria y como se suele decir, hace maestros, por lo que también es importante y necesaria. Es más, el mismísimo Hemingway en el libro que antes he citado (Muerte en la tarde), hace una crítica positiva a la «decadencia» del toreo -entendida como el cambio del toreo valeroso al toreo estético, al que también llama con mucha razón, científico­ del cuál surge el toreo moderno y tecnócrata, además de estilístico y hermoso al conjugar una buena embestida con la elegancia técnica del estilo en un embroque transformador, suprasensorial, emotivo y efímero propio del arte contemporáneo más puro que existe, como para muchos críticos lo es una performance (arte en vivo)».

Y eso es lo que comprobamos en cuanto entramos en la vida y en la familia de José Gómez Ortega, Joselito, y, mejor, si lo hacemos siguiendo las páginas de la obra de Paco Aguado, sin duda el mejor biógrafo del sevillano: Joselito. El rey de los toreros:

«Crece en un entorno muy taurino -escribe- y se convierte en un niño prodigio del toreo. La transmisión oral de entonces era muy importante: no había escuelas taurinas, cintas de vídeo, retransmisiones televisadas… De modo que Joselito demostraba una gran capacidad de asimilación. Tras muchos años deslumbrando como becerrista y novillero, toma la alternativa con apenas 16 años y tiene un impacto enorme. Aquello supuso un gran vuelco para el escalafón».

Nació predestinado

Y por otra parte en el Cossio podemos leer: «Ciertamente Joselito nació predestinado. Hijo de un gran torero y perteneciente su madre a una gran familia gaditana de toreros y artistas, su vocación no podía ser sino taurina, si ya no se desviaba al arte flamenco, en el que su prosapia materna era igualmente ilustre. Cuando Joselito pudo darse cuenta de la situación de la fiesta taurina, en el alborear de sus aspiraciones, una gran figura, la de Antonio Fuentes, consumaba su decadencia, y la pareja Bombita-Machaquito seguía dominando las plazas, aunque con signos inequívocos de declive. Es importante notar que Joselito contempla este panorama de las fiestas con ojos infantiles, sin los resabios del aficionado maduro que convoca todos sus recuerdos para la comparación y el contraste. Joselito, con sus ojos infantiles, no tenía otro término comparativo que lo que él imaginara que podía hacerse con los toros, y los diestros que veía torear desde su reveladora infancia tenían que ser con su toreo el fundamento de su concepción del arte que aspiraba a practicar.

Joselito no alcanzó a ver a Guerrita, aunque oyera contar sus historias, y ante la vista, y en ese terreno del dominio de los toros, tan sólo tenía el ejemplo de Bombita, dominador muy reducido de escala junto al ejemplo del colosal cordobés. Además, en la tradición familiar, el nombre de Guerrita estaba muy implicado, ya que fue banderillero de su padre, y pese a pasajeras desavenencias mantuvieron siempre una relación cordial, pronta a convertirse en ayuda si las circunstancias lo reclamaran. No era la concepción del toreo de Guerrita la de el señor Fernando El Gallo, padre de Joselito, ni mucho menos la de su hermano Rafael, pero la admiración por el poder, los recursos y la eficacia torera del cordobés, debieron ser en aquella casa constante objeto de comentario, y en la admiración de tales virtudes toreras iba formando Joselito su concepción del toreo».

Nieto e hijo de toreros

Lo que está claro es que Joselito abrió sus sentidos oyendo y viendo toreros y toros. Era nieto de un torero y también lo era su padre, Fernando Gómez El Gallo, de gran renombre y éxitos en sus temporadas americanas, especialmente en México y toreros eran sus tíos y sus hermanos Rafael (se casó con Pastora Imperio) y Fernando… y sus hermanas Rosario (casada con el matador Manuel Blanco Blanquito), Gabriela (casada con Enrique Ortega El Cuco), Trinidad (casada con Manolo Martín Vázquez Vázquez II) y Dolores (casada con Ignacio Sánchez Mejías, el gran amigo de García Lorca y de la Generación del 27. Llanto por la muerte de Sánchez Mejías).

Se dice que a los 8 años ya acompañaba a su hermano Rafael (Rafael Gómez El Gallo) por los tentaderos y capeas y que ya llevaba la coleta, el distintivo adorno capilar de los toreros clásicos. Ello le permitiría familiarizarse no sólo con los toros sino también con los ganaderos y empresarios.

«A su corta edad -decía su propio hermano- mostraba una intuición poco normal, sobre todo por ser un imberbe. A mí me sorprendió desde el primer momento, sabía mejor que los mayores de qué pie cojeaban las vaquillas o novillos que se toreaban en las capeas y más tarde con los toros. Nadie ha conocido mejor a los toros que Joselito».

También se sabe que al crecer estuvo en la escuela, al aire libre, de la Alameda de Hércules, aún a su pesar porque para Joselito solo existía el mundo del toro. En 1908, a los 12 años, se vistió por primera vez de luces en Jerez de la Frontera, y ante el tamaño del segundo novillo -según se publicó en un diario- el público que llenaba la plaza se opuso a que «un chiquillo de 12 años lo matara»… y se cuenta que aquel chiquillo se pasó la tarde llorando de rabia.

También se sabe que su trayectoria de novillero fue meteórica y que sus actuaciones taurinas acababan siempre entre aplausos y gritos de apoyo. Así, hasta el 13 de junio de 1912, cuando debutó en Madrid y dio comienzo la Edad de Oro de la Tauromaquia española.