Cuando Óscar, con solo 8 años, soltó ilusionado: «¡Todos mis amigos te vieron, mamá!», tough ma’am, como llaman los indonesios a la comandante Gámez en un juego de palabras entre mum (mamá) y ma’am («a la orden», a una mujer), fue la más feliz del mundo. Beatriz Gámez (Jaén, 38 años) es jefe de Ingenieros de la Brigada Multinacional Este. Lleva siete años en Cerro Muriano. Desde el cuartel general de Marjayún, su día a día le lleva de acá para allá «en la construcción de estructuras para mejorar la protección en las bases, el reconocimiento y mejora de las zonas o rutas en las que actúan las unidades». En definitiva, coordinar el cumplimiento de la misión de Naciones Unidas junto a militares, principalmente, de Serbia, Indonesia, Nepal e India.

Lo que la comandante Gámez coloca bajo los pies de la niña libanesa en la imagen de la derecha es una protección contra las minas. Donde está, las preocupaciones de los padres son otras. La suya no solo se centra en garantizar la movilidad y la protección del contingente, también a la población. La región sur, con más de 400.000 metros cuadrados, está plagada en algunas zonas. «Pero también doy clases de español en un centro social a un grupo de mujeres en mi tiempo libre», matiza. Escaso y siempre con el corazón a la espera. «En la clase (del programa Cervantes) hay cristianas y musulmanas. Me ha abierto los ojos el respeto que se tienen. Conviven en armonía».

Respeto. «Respeto a los demás». No hay otra manera de trabajar en una unidad multinacional con miles de militares de distintos países, culturas, religiones, formas de trabajar y relacionarse... Pero sería igual supervisar una cuadrilla civil de las que hacen el tren de la Meca. «Te llena de orgullo lo que haces», sostiene Beatriz. Lo mismo que Óscar en clase cuando vieron el vídeo donde salía su madre, y que a pesar de esa madurez que asegura que tiene «no deja de ser un niño que te dice que ojalá tuviera la puerta mágica de Doraemon para abrazarte todos los días». Son esas otras batallas que hay que ganar a distancia cada día.

Estefanía es de Baena. Tiene 35 años. Su rictus es el propio de alguien que se patea Ghadjar y duerme en la UN 4-28. Aunque buena parte de los riesgos de la misión están en las carreteras, por el mal estado, el terreno abrupto en algunas zonas o la mala conducción de los locales que tratan de paliar con cursos las tropas españolas, la posición 4-28 marca carácter. En Ghadjar perdió la vida hace dos años el cabo primero Soria por fuego de artillería israelí. En Ghadjar no hay horarios. Es una pequeña población dividida por la Blue Line. Es uno de los enclaves más conflictivos, sobre todo cuando llega el buen tiempo y los niños libaneses desafían a los carros Merkava israelíes en los meandros del río que los divide (ver la portada). Por eso, sin horarios, tras patrullas y más patrullas, guardias, checkpoints y vigilancia, es normal que la cabo Rojano solo eche de menos «tener y disfrutar del tiempo para mí sin responsabilidad alguna». Lleva 16 años en Córdoba. «Mi enseñanza va ligada a la escasez de medios de la población, a que los grandes lujos no van ligados a la felicidad». Y se lo repite día a día montada en un Lince blindado.

En la misma base, la cabo Carolina Pérez (Córdoba, 35 años) siente las mismas necesidades. Cada día comprueba el funcionamiento “de grupos electrógenos, que la reserva de agua potable está a su nivel, que la alimentación que nos suministran (desde la base Miguel de Cervantes) es la solicitada...». Se siente útil y eslabón de una cadena que no puede fallar. «Todos los días hablo con mi familia por internet y teléfono -en Bosnia solo había 5 minutos de satélite-, los echo de menos pero intento transmitirles tranquilidad. ¿Cómo estás? ¿Estáis tranquilos? Lo que saben de Líbano es poco, lo que que quieren saber es que todo va bien».

LA EXPERIENCIA DE SU VIDA

Es normal que Carolina García (Jaén, 36 años) defina la misión en Líbano como «la mayor experiencia de toda mi vida». En su casa se respira milicia por todas partes. Su marido es sargento como ella «y tenerme en un país ayudando a personas le llena de orgullo». En casa de sus padres no es distinto. «A mi madre, que es la que más sufre, se le llena la boca diciendo que su hija es militar». Pero los seis meses de misión «no lo llevan bien porque es mucho tiempo».

Los seis largos meses en una misión de 24 horas, los siete días a la semana es lo que más pesa en el ánimo de las tropas cordobesas en Líbano. «La ausencia en un periodo tan largo del entorno familiar no creo que se lleve bien», concluye la cabo primero Muñoz (Sabadell, 38 años). Nadia ocupa los largos días entre piezas de Lince y Sevilla. «He dejado en España a mi madre con alzhéimer y a mi padre solo». Sobran las palabras. «Pero estar aquí con mis compañeros es maravilloso».