Una escena define el buen rollo que predominaba entre el grupo que condujo al Córdoba a Segunda División A al acabar la temporada 1998/99. Sucedió en el hotel de concentración donde los blanquiverdes hicieron noche en el éxodo desde Cartagena, en Puerto Lumbreras. Con el reingreso en la categoría profesional, los jugadores iban a ver por vez primera sus nombres rotulados en las camisetas blanquiverdes. Loreto, no. El sevillano hacía días que se había comprometido con el Cádiz para la campaña siguiente, un club en Segunda B. Para que el ex del Betis pudiese saborear también esa experiencia, escribieron su nombre en una zamarra con cintas de esparadrapo del botiquín de José Manuel Anguita, que coordinaba los servicios médicos.

Tal vez porque el ADN de aquel equipo era cordobés (15 de los 24 jugadores que intervinieron en el campeonato eran de la provincia), o porque los malos tragos acaban uniendo a los colectivos como el mejor pegamento (el equipo llegó a protagonizar un encierro en El Arcángel por impagos), el caso es que había química. La relación de cordobeses que sacaron al Córdoba de Segunda B la componían desde el presidente, Manuel Oviedo (a nadie se le escapa el imprescindible peso que tuvieron en la gestión, entre otros, los profesores de Derecho Manuel Torres y Diego Medina), los técnicos Pedro Campos y Pepe Escalante y los jugadores Leiva, Barajas, Rafa Navarro, Jesús, Rafa Fernández, Espejo, Requena, Óscar Ventaja, Juanito, José Jesús Lanza, Aguilera, Nacho Garrido, Clavero, Jorge y Pepe Díaz. A ellos se suman Loreto, Viña, Soria, Quero, Miguel Ángel, Nandy, Ramos, Puche y Pedro Aguado. De ellos, sólo Rafa Navarro, la pasada temporada al frente del primer equipo y cuya vinculación a las categorías inferiores a partir de ahora aún no es segura, sigue vinculado al Córdoba CF.

La pretemporada arrancó con una comisión gestora al frente liderada por el delegado de la Federación Andaluza, José Santiago Murillo, ante el vacío que había dejado la dimisión de Rafael Gómez. Manuel Oviedo accedió a la presidencia como único candidato en la carrera electoral. Con poco que administrar, a Pedro Campos se le había encomendado la renovación de la plantilla en una campaña de transición, pero un vuelco en la hoja de ruta, a pesar de que los resultados iban en consonancia con el plan trazado, relevó al de La Rambla por el que era en ese instante su ayudante, Pepe Escalante. El equipo consiguió abstraerse de las continuas malas noticias que llegaban desde la tesorería y logró incluso encadenar 17 partidos invicto. Iba lanzado hacia la gesta.