Si la semana anterior relataba las leyendas más populares de la Mezquita-Catedral de Córdoba, hoy toca el turno a las supersticiones más extendidas sobre nuestro querido monumento. Y para ello comenzaré por ese gigantesco cuadro de San Cristóbal, situado junto a la entrada principal, en el que este santo de origen pagano cruza el río con el niño Jesús al hombro. En artículos anteriores ya referí que, en la Europa medieval, se difundió la creencia de que quien miraba la colosal pintura quedaba protegido de la muerte durante las veinticuatro horas siguientes. Pero existe otra tradición menos conocida, relacionada con sus supuestas propiedades casamenteras.

Según se aseguraba a mediados del siglo pasado, aquella mujer soltera que quisiera encontrar marido debía examinar detenidamente el retrato de San Cristóbal, hasta encontrar la pequeña silueta de una Virgen María supuestamente oculta en algún rincón del mismo. La figura mariana existe realmente, por lo que si desea probar a localizarla, sólo deberá acercarse a la Mezquita-Catedral, situarse frente al patrón de los viajeros y armarse de paciencia. Si la agudeza visual no es lo suyo, siempre tiene la opción de salir al Patio de los Naranjos y buscar la gran fuente barroca situada frente a las taquillas.

Construida en el siglo XVII y conocida como la «fuente del olivo», posee cuatro grandes surtidores de agua potable en cada una de sus esquinas. Debe su nombre a que junto a ella se retuerce el centenario tronco del único olivo que encontraremos en todo el edificio. Y según la leyenda, beber el agua que arrojan sus caños también ayudará a encontrar pareja rápidamente, como se refleja las siguientes estrofas del cancionero popular: «A la fuente del olivo / madre llévame a beber / a ver si me sale novio / que yo me muero de sed. / A la fuente del olivo / yo me fui a beber / y en vez de salirme novio / me salieron treinta y tres. / ¡Válgame San Rafael!».

Existe también la insólita creencia de que quien quiera pedir un deseo al niño Jesús que aparece retratado en el gran cuadro colocado en la Capilla de Jesús, María y José, deberá rezarle mentalmente desde su propia casa, y luego, caminar hasta dicha capilla sin mediar palabra con nadie por el camino, si pretende que sus anhelos se cumplan. Otra tradición extraña es la referente a la conocida como «estrella de los deseos», un fósil de forma estrellada incrustado en el muro oeste. Se puede encontrar al final de la calle Torrijos, cerca del triunfo de San Rafael, y si se toca con la mano mientras se piensan tres deseos, dicen que al menos uno de ellos se cumplirá seguro.

Otras supersticiones menos luminosas que las anteriores nos hablan de elementos que podrían conducirnos al infierno, o hasta el mismísimo ocaso de la humanidad. A pocos pasos del San Cristóbal antes mencionado encontramos una columna estriada de mármol negro, rodeada por una mampara transparente de metacrilato. Al parecer, hubo que protegerla porque los visitantes no paraban de rascarla con monedas, provocándole un evidente deterioro. Y es que se decía que, cuando se raspaba, desprendía un penetrante olor a azufre porque había sido tallada en el infierno. Para desconsuelo de muchos, la explicación al fenómeno no se encuentra en las profundidades del averno, sino en una reacción química bastante común: la columna está fabricada con un tipo de mármol que contiene ácido sulfhídrico, y éste, al ser frotado, desprende ese característico olor a putrefacción.

Finalmente, en la cúpula del vestíbulo del Mihrab vemos que cuelga una cadena que no sostiene nada. Se cree que antiguamente era de oro y mucho más larga, hasta el punto de dar varias vueltas en el suelo. Cada vez que los canónigos de la Catedral necesitaban dinero iban extrayendo eslabones, mermando así su longitud de forma incesante. Ya apenas quedan unas cuantas argollas, y asegura la leyenda que, cuando se retire la última, se desencadenará nada menos que el fin del mundo. Ahí es nada.

(*) El autor es escritor y director de «Córdoba Misteriosa». Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net