Hace treinta años, en la noche del 24 de febrero de 1987, los astrofísicos Ian Shelton y Oscar Duhalde estaban trabajando en el Observatorio de Las Campanas (Chile). Pronto llamó su atención que una estrella brillante acababa de aparecer dentro de la Gran Nube de Magallanes (una galaxia enana satélite de la Vía Láctea que sólo se puede ver desde el Hemisferio Sur). Pocas horas después, y de forma independiente, el astrónomo aficionado neozelandés Albert Jones también se percató de esta ‘estrella nueva’. Se había descubierto lo que ahora se conoce como la ‘Supernova 1987A’ (SN 1987A).

¿Qué ocurrió? Este brillante objeto era consecuencia de la explosión de una estrella masiva de color azul, designada Sanduleak -69° 202, en las partes externas de la Nebulosa de la Tarántula (30 Dorado), una intensa región de formación estelar dentro de la Gran Nube de Magallanes. La luz de la explosión necesitó 170 mil años para llegar a nosotros, atravesando el espacio que separa la Tierra de este objeto. Durante los meses que siguieron a su descubrimiento fue subiendo de brillo hasta colocarse dentro de las 300 estrellas más brillantes del firmamento en el momento de su máximo en mayo de 1987. Después se pudo seguir su paulatino descenso en luminosidad durante años. Esta supernova fue la primera que pudo verse a simple vista desde la famosa supernova de 1604, observada en detalle por el famoso astrónomo alemán Johannes Kepler.

La SN 1987A proporcionó a los astrofísicos la oportunidad de estudiar el comportamiento y la evolución de una supernova. Primero, gracias a las placas fotográficas de archivo se pudo por primera vez identificar correctamente a la estrella progenitora. También por primera vez se pudo observar de forma directa los productos de la explosión de una supernova, donde se crean grandes cantidades de elementos pesados como el níquel o el titanio. Las observaciones detalladas conseguidas durante décadas han permitido analizar el polvo liberado por una supernova (hasta entonces no se creía que las supernovas pudieran liberar polvo), además de detectar el material difuso alrededor de la estrella muerta. Importante fue la detección de unas partículas elementales muy esquivas, los neutrinos, que se generan en enormes cantidades justo cuando el núcleo de una estrella masiva explota como supernova.

Dado su posición privilegiada, el Telescopio Anglo-Australiano jugó un papel fundamental a la hora de estudiar esta supernova. La imagen muestra una toma de la semana pasada en la región donde explotó la SN 1987A obtenida con este telescopio. El resto de supernova brilla en colores rojizos por la excitación del gas hidrógeno. La imagen revela otros detalles como una burbujas de colores asociadas a explosiones de supernova relativamente recientes acaecidas antes de SN 1987A. También se detectan algunas estrellas masivas que son las hermanas de Sanduleak -69° 202. Esta zona sigue formando estrellas dentro de las nubes más densas de gas y polvo. Quizá pronto nos da otra sorpresa.