Todavía no había alforjas ni grandes rutas. No había camping, no había noches. No había exceso de kilómetros ni de carretes, ni siquiera grandes montañas. Tampoco había pretensión de encuentros. Era todo muy sencillo. Cercano. Fácil. Cualquier amigo se podía apuntar. No había que pedir días en el trabajo ni dar explicaciones en casa.

- Me voy a dar una vuelta con la bici.

En el primer bar me enteré de que a esta comarca la comparaban con Rusia y la llamaban la Siberia.

- Y no por el frío, amigo, sino porque estamos aislados de todo.

- ¡A más de 200 kilómetros de Badajoz!

En la Siberia extremeña, colidante con el norte de Córdoba, apenas viven 20.000 personas repartidas en sus 17 localidades. No sé por qué elegí esta zona para viajar, no pienso demasiado los destinos. Abro el mapa y busco carreteras de cártel amarillo. BA-130. BA-128. Luego busco curvas, muchas curvas. Amplío el mapa y aparecen más caminos, ya no tienen nombre, tampoco sé si estarán asfaltados, pero la bici aguanta todo. Quiero ir por ellos. Luego empiezo a unir puntos. Si hay río o pantano gana puntos. Si descubro que es un puerto de montaña, estamos predestinados.

Después ojeo con detenimiento algunos pueblos de paso. Si hay pensión, es candidato a ser final de etapa, especialmente si estamos en invierno; en verano da igual todo.

De la Siberia me llamó la atención la carretera que une Capilla y Garlitos. Además de ser amarilla, atravesaba un embalse gigante. Y otra que hacía una rotonda dentro del mismo pantano, entre Sancti-Spíritus y Puebla de Alcocer. Yo apenas tenía fines de semana libres porque el periódico me absorbía mucho, pero aquel de noviembre del 2013 disponía, extraordinariamente, del viernes y del sábado -el domingo por la mañana tenía que estar en Córdoba para cubrir el partido ante el Sporting de Gijón-. Al fugaz plan se apuntaron Pepe y Javi. Ese viaje fue muy sintomático. Con casi un fin de semana entero por delante podía haber planeado ir al cine con mi chica, cenar por la Ribera, sentarnos en una terraza de la Corredera, remolonear en la cama o desayunar sin la prisa de los días laborales. Cualquier plan cotidiano y sencillo que me hubiera reconciliado con la persona con la que compartía mi vida. Pero no. Cogí la bici y me fui a ver pueblos de Extremadura.

Los días eran soleados y brillantes, pero el carrete salió subexpuesto. Hice fotos al sol, contraluces a mediodía, al atardecer… todo oscuro. No sé si es que entonces no sabía medir la luz, si lo revelé mal o si simplemente ese era mi estado de ánimo, un augurio de lo que vendría horas después de acabar el viaje: ruptura contigo.

En Peñalsordo conocí a Felipe.

A Felipe le construyeron un pantano junto a su casa y la carretera que le unía al pueblo de su novia quedó inundada. Pero él siguió viéndola, por caminos más largos y sinuosos, se casaron y solo la muerte les separó. Me dio mucha envidia su historia. Siempre he soñado con llegar a la vejez juntos.