Mi amigo Ataúlfo --que sí, que se llama así aunque sea de origen manchego-- dice que desde que las predicciones atmosféricas no se equivocan esto ha dejado de tener gracia; que lo bueno era cuando el hombre del tiempo pronosticaba que iba a llover, al día siguiente aparecíamos vestidos con impermeable o gabardina y paraguas, y un sol espléndido, inmutable y continuo, lucía durante toda la jornada. O al revés. Ahora, las conversaciones sobre el tiempo no comentan el frío o el calor inesperado --en Córdoba, siempre-- o si parece que se está nublando o seguro que va a llover, porque me duele muchísimo la cicatriz de cuando me rompí la pierna y me operaron para meterme un clavo. Ahora hablamos con seguridad: me voy para casa, que a las dos de la tarde lloverá o voy a sacar la ropa de verano, que mañana llegaremos a los 28º o no te vayas el puente a Fuengirola, que va a caer lo más grande. No falla.

Aquí, como estaba previsto, y coincidiendo con la exitosa XXXV Cata del Vino de Montilla-Moriles, nos hemos caído en el calor, que es lo adecuado para beber vino al aire libre; además, que ya estábamos un poco hartos de frío y lluvia, por mucha falta que haga. Así que ya podemos ir pensando en cambiar los menús invernales por otros más ligeros, que lo suyo es comer fresquito. Sin embargo, mi amiga Esperanza -los asiduos de esta sección ya saben de sus ocurrencias- dice que, salvando unos cuantos platos refrescantes que añade, ella continúa manteniendo el mismo menú.

«¿Y el calor?», le preguntamos. «Que esperen a que se enfríe», responde implacable. Puedo asegurar que cumple con lo dicho, porque he podido comprobarlo viéndolos --ella, su marido, hijos y nueras-- en su piso de Fuengirola, en pleno mes de agosto, comer una magnífica fabada. Todos sin rechistar, pero hurtando a la servilleta su uso más convencional, para aplicarla a enjugar el sudor que les caía a chorros desde la frente.

Y volviendo al vino, mañana, día 23, tendrá lugar otro de los acontecimientos enológicos de la ciudad: el XXIV Concurso Ibérico de Vinos Premios Mezquita, organizados por el Aula del Vino y la Academia del Vino de Córdoba, con el objetivo de potenciar la calidad y premiar el esfuerzo de viticultores y bodegueros y, sobre todo, difundir el nombre de Córdoba y su provincia, puesto que las botellas de los vinos premiados ostentarán los sellos que certifican el Gran Mezquita, el Oro, la Plata o el Bronce conseguidos.